Alba de Tormes

Alba de Tormes
Vista de Alba de Tormes. Anton van den Wyngaerde, 1570.

martes, 5 de agosto de 2014

COMPAÑERISMO Y AMISTAD. Sierra de Francia 2012.

Los exámenes de Preuniversitario y la imposición de la insignia de Antiguos Alumnos ponían fin a una prolongada estancia de la mayoría en el colegio María Auxiliadora de Salamanca, allá por la ya lejana primavera de 1969. Todos y cada uno de los componentes de aquella promoción íbamos a emprender el camino que nos tenía preparado el destino por las distintas regiones de la geografía española.
 
Imposición de insignias de AA. AA. salesianos. 
Tras la diáspora, el primer reencuentro con carácter general fue gracias a la celebración oficial de las Bodas de Plata organizadas en el colegio; más tarde, ya en 2009, un grupo numeroso volvimos a reunirnos en Salamanca durante una jornada de convivencia, en esta ocasión gracias a la dedicación personal y al entusiasmo que Eladio puso en el empeño; en años sucesivos seguirían Zamora, Toro, ... y en noviembre de 2012 la Sierra de Francia, por iniciativa de Pilar y Ventura.
  
Sierra de Francia. Santuario de la Peña de Francia.

Aprovechando la oportunidad que brindaba el puente de la festividad de Todos los Santos, una primera avanzadilla nos alojamos la tarde-noche del día 2 en el hotel Abadía de los Templarios de la localidad de La Alberca.

 
Hotel Abadía de los Templarios. La Alberca.
 

Pasillo de acceso a las habitaciones.
A la mañana siguiente, el grueso de la expedición hizo su desembarco en el hotel y, tras los saludos de rigor y un descanso mínimo, emprendimos la marcha en microbús hasta el cercano Valle de las Batuecas, lugar de carácter mágico y paraje natural excepcional.
  
Indicaciones de las rutas por el Valle de Las Batuecas.
 
Preparándonos para iniciar la jornada. 
Los meteorólogos habían previsto lluvias muy abundantes aquellos días, lo que nos hizo temer por la excursión prevista hasta El Canchal de las Cabras Pintadas.
  
Cartel anunciador de las pinturas rupestres.



 Aunque una fina lluvia nos estuvo acompañando toda la jornada de forma intermitente, pudimos iniciar la marcha sin dificultades insalvables.
 
Santo Desierto de San José de las Batuecas.
Dejamos el microbús cerca del monasterio de Carmelitas Descalzos e iniciamos la ruta con las precauciones necesarias para no tener que lamentar algún percance, dado lo resbaladizo de la senda en algunos tramos.
 
De camino al Canchal de Las Cabras Pintadas.

 La niebla hacía todavía más maravilloso el valle que íbamos recorriendo, añadiendo más encanto natural al ya de por sí fantástico paisaje.
 
La niebla se hacía presente en algunos tramos. 
Niebla en las partes más elevadas.
Mientras nos acercábamos al objetivo, aprovechamos el ensanchamiento del camino en algún claro del espeso bosque mediterráneo, cobijo de tejos y eucaliptos, para dejar inmortalizada nuestra aventura.  
 
Foto del grupo en un alto de la ruta.

Aunque los años se van haciendo notar en la condición física (en algunos también la falta de ejercicio diaria y el exceso de peso), llegamos sin novedad reseñable a El Canchal; allí las pinturas rupestres al aire libre se nos presentaron majestuosas, no sólo haciendo alarde de contenido simbólico y de longevidad, sino también de belleza extrema en su propia sencillez.
 
Admiración y fotografías ante Las Cabras Pintadas.

Las Cabras Pintadas.

Más pinturas rupestres al aire libre.
Las aguas cristalinas del río Batuecas nos acompañaron en el regreso hasta el punto inicial de la ruta, donde la carretera nos señalaba la dirección de nuestro inmediato destino: Las Mestas.


Río Batuecas en su discurrir por el valle. 
 
Carretera local SA-201, dirección Las Hurdes.


A 18 km. de La Alberca y 465 m. sobre el nivel del mar, Las Mestas es la primera localidad extremeña, en la comarca de Las Hurdes, una vez se deja la provincia de Salamanca por la carretera SA-201. Dado que el Portillo tiene una altitud de 1.240 m., en pocos kilómetros hemos descendido casi 800 metros.
Según parece dar a entender su nombre, esta alquería fue fundada en torno al siglo XII por los ganaderos transhumantes que llevaban sus rebaños hacia el norte desde las dehesas extremeñas.
En la actualidad difícilmente superará el medio centenar de habitantes, entre los que se encuentran dos hijos del conocido patriarca hurdano "El Tío Picho", Cirilo y Anastasio Marcos, enfrentados entre sí por cuestión de negocios.
 
Anuncio de los productos de El Tío Picho.

El Tío Cirilo se hizo famoso a principios de la década de los 90 del pasado siglo cuando patentó y promocionó el "Ciripolen", fabricado a base de miel, polen y jalea real, que se anunciaba incluso en televisión a nivel estatal; Anastasio, por su parte, comercializa el "Pichín Real", producto natural a base de ron y jalea real. Ambas bebidas rivalizan entre sí, ya que las dos se consideran reconstituyentes y energéticas a la vez que afrodisíacas y con efectos beneficiosos contra la artrosis, los catarros y otras afecciones menores.
Sin ánimo de decantarnos por ningún bando en su enconada disputa, acabamos en el bar de El Tío Cirilo, pero simplemente porque allí queríamos reponer fuerzas y hacer tiempo hasta el momento de continuar nuestro viaje hasta Riomalo de Abajo, donde teníamos reservado el restaurante para comer ese día.
 
Bar de El Tío Cirilo en Las Mestas.

Riomalo es también una alquería hurdana; se encuentra justo en el límite de las provincias de Cáceres, a la que pertenece, y de Salamanca. Aquí degustamos una excelente comida a base de productos propios de esta zona.
 
Esperando las viandas en Riomalo de Abajo.
 
Arreglando el mundo mientras llegaba la comida. 
Dado que llevábamos transporte colectivo, no hubo necesidad de reprimir ni lo más mínimo hambre y sed para no entorpecer la posterior conducción, por lo que dimos buena cuenta tanto de los alimentos sólidos como líquidos. Posteriormente mantuvimos una animada y prolongada sobremesa antes de emprender de nuevo la marcha, ahora por la carretera SA-225 que, por Sotoserrano y Cepeda, nos iba a llevar hasta Miranda del Castañar, próximo hito en el programa establecido para ese día.
 
Otro grupo en animada charla.
 Miranda es uno de esos lugares de la geografía serrana salmantina que bien merece la pena conocer y recorrer detenidamente; repoblada en el siglo XIII, como muchas otras localidades enclavadas en lo que entonces se conocía como la Extremadura del Duero, ocupa un promontorio montañoso que facilitaba su defensa y situado sobre la confluencia de los ríos Alagón y Benito.
Está rodeada de murallas que abrazan todo el perímetro de la villa; en los más de 600 metros aún conservados se abren cuatro puertas orientadas hacia los cuatro puntos cardinales. También conserva un castillo del siglo XV, cuya torre del homenaje junto a la Torre de las Campanas, exenta y de propiedad municipal, al otro lado de la Plaza de la Iglesia, conforman la silueta característica de cualquier panorámica de la villa.
 
Torre de las Campanas.

 A mediados del siglo XV se constituye el Condado de Miranda, con jurisdicción sobre distintos territorios de la comarca de Sierra de Francia-Quilamas. En 1973 el municipio será declarado Conjunto Histórico-Artístico. Los lugareños actuales aseguran que su plaza de toros, de planta rectangular y fábrica de cantería, es la más antigua de España.
Uno de sus establecimientos comerciales típicos ocupa una antigua bodega.
 
Establecimiento comercial en Miranda del Castañar.
La característica más llamativa  de la bodega primitiva era la de servir el vino a través de la muralla a los clientes que con sus carros circulaban por el exterior de la misma, facilitando así la laboriosa tarea de acarrear los pellejos o cántaros desde su profundo interior hasta el nivel de la calle.
 
Detalle de la entrada a la Bodega.
En el interior actualmente se ofrecen todo tipo de productos artesanos típicos de esta comarca; fantásticamente decorado todo el establecimiento, es difícil sustraerse a la tentación de realizar algunas compras.
 
Interior de la Bodega.

Consecuentemente con la época del año, que habíamos elegido a propósito para hacer nuestra visita a la comarca, la oscuridad se iba adueñando paulatinamente de las calles de la villa, lo que no impedía disfrutar de un relajado y relajante paseo por alguna de las más típicas, como la calle Larga, la principal vía del lugar, donde sus casas aún conservan vestigios de un pasado glorioso.
Dominados por los recuerdos que afloraron en algunos y por las emociones que la visita había regalado a otros menos conocedores de la zona, emprendimos el regreso hacia La Alberca en nuestro micobús, amenizado por la guitarra de Martín que acompañaba los cantos que poco a poco aumentaban en intensidad conforme avanzaban los kilómetros recorridos.
 
Paulatinamente la compostura fue dejando paso al bullicio de los cánticos populares. 
Antes de volver al hotel y una vez ya en La Alberca, acudimos a un restaurante en la plaza mayor, cierto es que no con mucho apetito, pero sí con el suficiente como para hacer una última parada.
 
Plaza Mayor de La Alberca.

 Además de cenar, hubo tiempo sobrado para comentar los acontecimientos que habíamos vivido a lo largo del día y, también, para los recuerdos y añoranzas del pasado colegial o sobre los avatares de la vida cotidiana de cada cual en sus respectivos trabajos diarios, ya en Madrid, Segovia, Vigo, Salamanca, Zamora ...
 
No estaba muy concurrido para ser sábado de puente.
 
Cena el La Alberca. 

 Ya bien entrada la noche, en la Abadía de los Templarios encontramos el merecido descanso después de una jornada tan intensa en actividades y emociones.
 
La Abadía de los Templarios. Vista nocturna de la entrada al hotel.

Las confortables habitaciones del hotel sirvieron, al menos hasta donde yo conozco, para reponer fuerzas con las que afrontar el programa preparado y previsto para el día siguiente, 4 de noviembre.
 
Una de las habitaciones del hotel.

El domingo amaneció con niebla y con clara amenaza de lluvia, que luego no llegó a concretarse más que en algún chubasco esporádico.
 
La Abadía de los Templarios vista desde una ventana de la segunda planta.

Con tiempo suficiente fuimos acudiendo a desayunar, formando pequeños grupos conforme íbamos acomodándonos en el comedor.
 
Desayuno sano y abundante en el hotel.

Supongo que debí ser de los más madrugadores, porque tuve oportunidad de tomar algunas fotografías del hotel antes de coger de nuevo el microbús.
 
Vista parcial del exterior del hotel. 
Rincón confortable del interior del hotel.

Tener que desplazarse obligatoriamente hasta la lejana Galicia fue motivo más que justificado para que los "vigueses" nos dejaran al poco tiempo de llegar a La Alberca.
 
Buen viaje y hasta una próxima reunión.

Iniciamos entonces un recorrido turístico-cultural que nos llevó hasta el corazón de la localidad, su Plaza Mayor, presidida por un fantástico crucero y conformada por numerosas viviendas que muestran la típica construcción serrana; algunas de estas casas adornan esplendorosamente sus galerías y balcones con todo tipo de macetas conteniendo flores multicolores. 
 
Crucero en la Plaza Mayor albercana.


Casa típica en la Plaza Mayor de La Alberca.

Muy cerca de la plaza se encuentra ubicada la iglesia parroquial, datada en el siglo XVIII y dedicada a Nuestra Señora de la Asunción; reseñable es el púlpito de granito policromado que alberga, obra del siglo XVI, así como, al exterior, una formidable torre de factura también anterior al templo actual.
 
Iglesia parroquial de La Alberca.

En uno de sus altares recibe adoración el denominado Cristo del Sudor, imagen de gran dramatismo, obra del siglo XVI atribuido a Juan de Juni. Cuenta la tradición que el día primero de septiembre del año 1665 una mujer que iba en peregrinación a la vecina Peña de Francia observó cómo la imagen sudaba sangre cuando oraba delante de ella; al día siguiente de este acontecimiento milagroso fueron varias las personas que pudieron comprobar cómo en esta ocasión brotaba sangre de la herida del costado del Crucificado.
 
Las informaciones y explicaciones pertinentes no faltaron en ningún momento.
Continuamos deambulando por todo el maravilloso casco antiguo, no en vano éste fue el primer municipio español en recibir la distinción de Conjunto Histórico-Artístico allá por el muy lejano 1940. Cabría mencionar en este punto la cantidad de portadas que presentan señalados sus dinteles con símbolos religiosos, sobre todo marianos, posiblemente debido a la necesidad de sus moradores conversos, ya fueran judíos o moriscos, de mostrar clara y elocuentemente su condición de cristianos nuevos.
 Acabado el recorrido por La Alberca, el microbús nos condujo a las inmediaciones de San Martín del Castañar, otra localidad serrana de ineludible visita, para contemplar el maravilloso paisaje que desde allí se divisa, mientras unos buitres volaban en círculos majestuosos por encima de nosotros.
 
Panorámica con la inconfundible silueta de San Martín del Castañar.
 
Buitres sobrevolando la zona.
Cuando saboreamos debidamente el entorno y tomamos las fotografías que iban a dejar constancia de nuestra aventura serrana, volvimos al microbús para recorrer la ya poca distancia que nos separaba del pueblo, también en la comarca de Sierra de Francia-Quilamas. 
 
La niebla no hacía más que acrecentar la belleza del entorno.
 De entre los muchos alicientes que ofrece al visitante habría que destacar el poderoso Castillo, obra del siglo XV, y la Plaza de Toros, que en su momento debió ser plaza de armas de la fortificación.
 
Además de comentar las excelencias de la Plaza de Toros,
hubo quien impartió lecciones de tauromaquia.
 En este caso, los autóctonos de la localidad se conforman con reivindicar que es la segunda más antigua de España. Cierto o no, tiene un encanto especial tanto por su configuración como por encontrarse cobijada a los pies del castillo, hoy rehabilitado como Centro de Interpretación de la Biosfera, al tiempo que también alberga en su interior el cementerio de la localidad.
 
Dos fotógrafos inmortalizando al grupo desde encuadres distintos.

Llegaba el momento de acudir a nuestro próximo y penúltimo destino, Mogarraz, localidad serrana también declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1998, que en la actualidad cuenta con una población de poco más de trescientos habitantes cuando a comienzos del siglo XX superaba ampliamente el millar; aún conserva una trama urbana típicamente medieval, con calles estrechas y de trazado irregular, reminiscencia de un pasado en el que musulmanes y judíos abundaban entre sus pobladores.
 
Grupo ante un callejón del entramado urbano de Mogarraz.

La arquitectura que domina es la tradicional en toda la comarca, con casas que presentan entramados de madera y airosos voladizos.
 
Casas típicas serranas.


La primera parada nada más llegar fue en el restaurante Mirasierra, donde teníamos reserva para comer, ya que las dos visitas anteriores por La Alberca y San Martín se habían prolongado hasta bien pasado el mediodía. Los formidables ventanales del comedor permitían divisar otras panorámicas distintas a las que ya guardábamos de los dos días que llevábamos recorriendo la sierra, pero igualmente fantásticas y difíciles de olvidar.
 
Restaurante Mirasierra, en Mogarraz.
Una vez dimos buena cuenta de la comida y los postres, regados con un buen vino, y la consiguiente sobremesa e intercambio de vivencias, comenzamos nuestro recorrido por la localidad; en primer lugar, por la cercanía con el restaurante, encontramos la Ermita del Humilladero, en cuyas inmediaciones se puede también disfrutar de un crucero magnífico.
 
Ermita del Humilladero y crucero.
Siguiendo esa misma calle llegamos hasta la iglesia parroquial, dedicada a la patrona Nuestra Señora de las Nieves, y la Plaza Mayor, donde además del Ayuntamiento tiene su ubicación un Museo Etnográfico. Tanto las fachadas de las casas como la misma torre de la iglesia están adornadas con una serie de retratos que el artista local Florencio Maíllo ha realizado sobre planchas metálicas utilizando la encáustica como técnica pictórica; dichos retratos se han basado en unas fotografías que el fotógrafo Alejandro Martín, también natural de Mogarraz, tomó en 1967 de los 388 habitantes adultos que en aquel momento permanecían en el pueblo.
La iniciativa para realizar esas fotografías se debió al alcalde de entonces, que pretendía evitar así a sus conciudadanos el desplazamiento hasta Béjar para la renovación de los documentos nacionales de identidad.
 
Retratos pintados por Florencio Maíllo.
Había ido declinando la tarde y era hora de regresar a La Alberca para recoger los equipajes en el hotel e iniciar la vuelta a los lugares habituales de residencia.
Nos fuimos despidiendo con la satisfacción de haber disfrutado una experiencia maravillosa en un paraje incomparable y en compañía de compañeros y amigos entrañables. Sólo quedaba esperar una próxima ocasión en la que volver a recorrer otros lugares y, a ser posible, con un número mayor de asistentes. De cualquier forma, más o menos numerosa la concurrencia, en todas y cada una de estas convivencias siempre ha estado y estará presente una premisa fundamental: fomentar y fortaleler el COMPAÑERISMO y la AMISTAD, no sólo entre los veteranos componentes de aquel Preu 68-69 en el colegio María Auxiliadora de Salamanca, sino también entre nuestras esposas, compañeras entusiastas e infatigables en las alegrías y sinsabores que nos ha ido deparando el destino día a día a lo largo de estos años.
En 2019 celebraremos nuestras Bodas de Oro; quedan, pues, solamente cinco años. No me cabe duda que María Auxiliadora hará honor a su advocación y nos echará una mano para que todos y cada uno, con nuestras respectivas familias, podamos disfrutar de la efemérides. Para el tiempo que resta hasta entonces, Paco Marcos, con la sabia asesoría y ayuda de Eladio, y Juan Prado ya están preparando nuevos eventos a los que acudir en 2014 y 2015. Seguro que en los mismos surgirán nuevas y sugestivas ideas para años venideros.

 
 
 
 
NOTA:
Las fotografías son de ROMÁN PAYO, JUAN ANTONIO PRADO y JUAN G. BARRADO.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
  
 
 
 
  
 
 
 




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