Alba de Tormes

Alba de Tormes
Vista de Alba de Tormes. Anton van den Wyngaerde, 1570.

sábado, 28 de febrero de 2015

SANTA MARÍA LA REAL. LA HINIESTA (ZAMORA).

Transcurría la era 1328, año del Señor 1290, en Zamora, seguramente con la tranquilidad habitual por estas tierras conseguida tras el alejamiento de la frontera muy hacia el sur y con el único aliciente, aunque no baladí, de la presencia del rey Sancho IV en la ciudad.
Fernán (Ferrán) Pérez Ponce de León, nieto de Alfonso IX y, por consiguiente, primo de Alfonso X el Sabio, había sido nombrado por éste uno de sus albaceas testamentarios y mayordomo mayor en 1284. Aunque había formado parte de los leales al rey y liderado las acciones de combate contra los partidarios del infante Sancho durante la guerra civil que dividió el reino en 1282, pasó a servir a éste cuando ocupó el trono como Sancho IV.
El nuevo soberano había contraído matrimonio en 1281 con su tía María de Molina, hija del infante Alfonso de Molina y nieta de Alfonso IX de León, por lo que el Papa les excomulgó tras declarar nula la boda. Esto provocaba que su descendencia fuera tenida por ilegítima, situación que no se regularizó hasta 1301 con la bula pontificia de Bonifacio VIII. En 1283 nació en Toro su hija primogénita, Isabel de Castilla, y en diciembre de 1285, en Sevilla, el infante Fernando, quien muy pronto será proclamado heredero al trono; la crianza y educación del príncipe fue encomendada entonces por el rey a Pérez Ponce y a su esposa Urraca Gutiérrez de Meneses, cuya residencia familiar se encontraba en Zamora. 
Fuese porque el monarca había acudido para ver y pasar unos días con su hijo, fuese porque en esta ciudad se recuperaba de unas fiebres cuartanas a causa de la malaria, o bien por ambas razones al mismo tiempo, la cuestión es que la leyenda señala que una mañana de 1290 Sancho IV decidió salir de caza.
Con el rey a la cabeza se adentró el grupo de cazadores a caballo en el bosque de Valorio, precedido por los ojeadores que sujetaban a duras penas las traíllas de los perros. En un momento determinado, asustada por los gritos y los ladridos, inició el vuelo una perdiz muy cerca de donde cabalgaba el monarca, quien no dudó en lanzar a su halcón en pos de tan codiciada presa. Perseguida y acosada, sólo pudo buscar refugio en una hiniesta; cuando llegó Sancho para cobrar su pieza, se encontró que la perdiz estaba junto a una imagen de la Virgen escondida entre las ramas del arbusto.

Imagen escaneada de la guía "TODO EL ROMÁNICO DE ZAMORA" de la Fundación Santa María la Real-Centro de Estudios del Románico.

Allí mismo, después de rezar postrado, juró el rey levantar una iglesia donde se pudiera venerar la imagen recién descubierta con la advocación Virgen de la Hiniesta; un privilegio real de 1290 exime a doce personas de pagar los pechos correspondientes a cambio de que sufraguen las obras para levantar el templo y que habiten el lugar junto al clérigo Juan Bartolomé. Mientras duran los trabajos se trasladó la talla encontrada a la iglesia de San Antolín, en Zamora, donde ya recibía culto la patrona de la ciudad, la denominada hoy día Virgen de la Concha, entonces de San Antolín.


Un grupo de repobladores palentinos, que había traído consigo la imagen también milagrosamente hallada por Sancho el Mayor junto a las reliquias de San Antolín, se estableció durante la segunda mitad del siglo XI en el denominado barrio de la Lana, en la Puebla de San Torcuato, extramuros del primer recinto amurallado. Levantaron los palentinos este templo en honor y bajo la advocación de su patrono, depositando en él la imagen de la Virgen, que muy pronto se convertirá en patrona de la ciudad.
Cuando en 1072 muere el rey castellano Sancho II frente a las murallas de Zamora, su hermana la infanta doña Urraca funda una cofradía para conmemorar el aniversario en el mismo lugar de su muerte; estos bien pudieran ser los orígenes de la Cofradía de Nuestra Señora de San Antolín, según los propios cofrades.
Sea como fuere, parece que aquí "convivieron" las dos imágenes de la Virgen hasta el lunes de la Pascua de Pentecostés de 1291, cuando, terminadas ya las obras en La Hiniesta, juntas emprenden el camino, la una para establecerse en su propio templo, la otra como fiel compañera de viaje.


En esta ilustración de los años 20 del siglo pasado se observa el emplazamiento de la Cruz del Rey Don Sancho en el lugar donde los castellanos tenían establecido su campamento y donde llevaron a morir al rey. Desde aquel muy lejano 1291, todos los años la Virgen de la Concha va en romería a la Hiniesta y aquí se reza un responso por el alma de Sancho II.
En este punto no me resigno a dejar al margen otra cuestión que atañe a esta romería y que siempre ha llamado mi atención. Extramuros de los recintos amurallados, muy cerca de la Puerta de la Feria, al norte de la ciudad, existió una iglesia románica dedicada a San Láraro y un lazareto para la atención de los leprosos, hoy desaparecidos; sobre aquel solar se levantó en el primer tercio del siglo XX un nuevo templo con la misma advocación , donde se venera una imagen de la Virgen del Yermo, que en las tradiciones locales se tiene como "prima" de las otras dos citadas anteriormente. Cada año, antes de emprender el camino hacia La Hiniesta, los romeros hacen estación en esta iglesia, donde las respectivas imágenes llevan a cabo las oportunas reverencias a modo de saludo.
Durante muchos milenios, desde que el hombre fue capaz de elaborar un pensamiento religioso hace unos 40.000 años, la Divinidad fue una mujer, la Diosa Madre, hasta que hace cerca de 5.000 años los indoeuropeos impusieron su panteón predominantemente formado por dioses. De aquella religión prehistórica tomarían sus fundamentos esenciales religiones posteriores, como las Mistéricas en la cuenca mediterránea o las religiones agrícolas. En estas últimas, los diferentes ritos tenían como finalidad pedir a la Diosa que propiciara los fenómenos atmosféricos necesarios para el crecimiento de la vegetación y el nacimiento de los frutos, necesarios para la subsistencia.
La Divinidad fue venerada en su aspecto triple de doncella, mujer adulta y anciana, representada en las fases de la luna; ya que estamos en un territorio predominantemente agrícola, no en vano denominado Tierra del Pan, me pregunto si estas tres "primas" de raigambre popular no serán el reflejo de la memoria colectiva de aquel lejano tiempo en que las gentes adoraban únicamente a la Diosa Madre.


Después de esta introducción seguramente larga en exceso, fijándonos ya en la iglesia de La Hiniesta que era, y es, el objetivo principal, parece evidente que el tiempo señalado en la leyenda para su construcción no puede ser real. El edificio se debe a varias fases constructivas y parece fuera de duda que tanto la cabecera como parte del muro sur son de principios del siglo XIII; es por tanto lógico pensar que el privilegio otorgado por Sancho IV en 1290 tenga por finalidad financiar las obras de reconstrucción del templo y dotarlo económicamente para su viabilidad. Un año después ya se podrían reanudar los cultos, aunque las obras continuaron hasta las primeras décadas del siglo XIV, por lo que en 1291 se trasladó la imagen como ya hemos visto.
Fernando IV añadió a principios del siglo XIV ocho personas más libres de pechos reales a las doce de su padre, como señala un manuscrito del Archivo Diocesano, siendo confirmadas estas disposiciones posteriormente por sucesivos monarcas hasta el siglo XVIII. A lo largo de los siglos, el templo ha sufrido numerosas reformas y reparaciones, como consta en distintos documentos parroquiales.
Fue declarado Monumento Histórico-Artístico por Decreto de 2 de marzo de 1944.


La leyenda sobre el hallazgo de la imagen de la Virgen no deja de ser un relato fantástico, aunque se apoye en hechos reales; así, el privilegio de 1290, en el que no se hace mención de aparición de imagen alguna, pero sí de los muchos milagros que Nuestro Señor hace en ese santo lugar, del que ya se tiene noticia como habitado en 1240 y al que Alfonso X concederá el Fuero de Cuenca en 1253. Poco tiempo después consta como una de las propiedades del obispo de Zamora, que cederá posteriormente al cabildo. La iglesia que podemos contemplar actualmente está construida en sillería de pudinga zamorana; tiene una sola nave de cinco tramos desiguales, capilla mayor casi cuadrada y descentrada, sacristía y pórtico al mediodía de la nave.


En la ilustración se aprecia la sacristía, adosada a la cabecera durante el primer tercio del siglo XVIII; es de planta rectangular y de menor altura que la capilla mayor, que a su vez tiene testero plano, como otras iglesias de la capital y provincia, y es de menor altura que la nave.


En esa misma época se levantó también la espadaña, que presenta dos cuerpos, el inferior con tres vanos de medio punto separados por pilastras y el superior con uno que remata en frontón triangular; en los laterales de ambos cuerpos, adornos con forma piramidal. Se accede a la misma por una escalera de caracol con entrada desde la nave y situada en la cara sur del templo, junto al pórtico.


La capilla mayor, como ya se ha señalado, es la parte más antigua conservada actualmente, de principios del siglo XIII; la cornisa descansa en canecillos de forma troncopiramidal con decoración de hojas lanceoladas en las esquinas, iguales a los de la Catedral de Zamora y de otras iglesias capitalinas. Recibía la iluminación por un ventanal en la cabecera, hoy oculto tras el retablo, y dos ventanas saeteras en los laterales; en la ilustración, además de la ventana correspondiente a esta fachada meridional, se pueden ver varios canzorros que servirían sin duda para soportar la techumbre de un pórtico.


En el muro sur de la capilla mayor se puede observar la huella de un arco muy apuntado, hoy completamente cegado; no he encontrado en la documentación manejada ninguna referencia al mismo, por lo que no me queda otra opción que especular sobre su utilidad. No da la impresión de ser una puerta, que tampoco tendría mucho sentido en el centro de la capilla, a no ser que se tratara de la entrada a alguna dependencia que se adosara en alguna de las muchas reparaciones y obras realizadas, como una sacristía por ejemplo. Más parece un arcosolio funerario exterior, similar a los que se pueden ver en San Ildefonsao, en La Magdalena o en San Isidoro.



En la fachada sur, junto al pórtico actual, también destaca lo que parecen ser restos de un canecillo, así como la huella de un arco que fue cortado al levantar el citado pórtico y que podría corresponder a una de las primitivas portadas de entrada al templo.



En la fachada septentrional todavía se puede observar la ubicación de la puerta de acceso al templo por este lado, hoy tapiada; presentaba arco apuntado con rosca baquetonada.
La iluminación de la nave en su primer tramo se consigue mediante un ventanal de arco apuntado situado al exterior por encima de la capilla mayor y al interior sobre el arco triunfal, así como por dos ventanas saeteras en los muros laterales con derrame al interior.


El pórtico meridional es una de las pocas muestras del gótico que se conservan en la provincia de Zamora. Posiblemente las obras del templo sufrieran un parón cuando muere Sancho IV en 1295; sí se tiene constancia documental de que su hijo y heredero Fernando IV liberó de pechos reales, como ya se dijo, a ocho personas más para impulsar las obras, que encargó al maestro cantero Pedro Vázquez hacia 1307.
La bóveda es de crucería estrellada, con nervios diagonales y terceletes que descargan sobre ménsulas lisas, con las claves sin tallar; según los expertos, esta obra pertenece a la época de los Reyes Católicos, por tanto de finales del siglo XV.
La puerta actual es de arco rebajado; hasta 1751 había un parteluz que fue quitado porque impedía la entrada y salida de la imagen de la Virgen. Las obras de remodelación fueron realizadas por el valenciano Francisco Ferrada, según consta documentalmente.


El tímpano, cobijado por cuatro arquivoltas, se divide en dos cuerpos; en el inferior aparecen dos escenas bajo arcos trilobulados, de mayor tamaño los laterales. La primera escena a la izquierda del espectador representa a los Reyes Magos despidiéndose de Herodes, sentado en su trono, y las otras tres la Adoración de los Magos; los dos arcos centrales contienen una sola figura cada uno, mientras a la derecha del espectador el tercero de los Magos se postra en el Portal de Belén ante el Niño Dios.
En el cuerpo superior las distintas figuras guardan una perfecta simetría y se ajustan perfectamente al marco arquitectónico.
Toda la portada estuvo policromada y fueron varias las intervenciones para reparar el deterioro ocasionado por el paso del tiempo; así, a mediados del siglo XVII, un tal Roque Pérez se encarga de la pintura de la portada y, a principios del XVIII, Domingo Alonso realiza idéntica función.



Destaca en el tímpano, como es natural, la figura de Cristo Juez  sentado en un trono, flanqueado por dos ángeles que, parece ser, portaban los atributos de la Pasión, aunque el deterioro impide ahora distinguirlos. En los extremos del tímpano hay dos figuras arrodilladas que se han identificado como la Virgen y San Juan, éste en actitud de súplica y aquélla con un niño en los brazos; es habitual esta representación del apóstol y de la Madre como intercesores, aunque no tanto el niño sostenido en los brazos de ésta, que se ha atribuido a la existencia en este lugar de una vieja tradición consistente en ofrecer los niños recién nacidos a la Virgen de la Hiniesta.
Por encima de la figura central, en la primera arquivolta, se aprecian dos ángeles sosteniendo una corona, y en la segunda arquivolta un doselete que al interior presenta una bóveda octopartita.


De las cuatro arquivoltas, la exterior va adornada con vides y pájaros picoteando racimos, motivo muy utilizado como símbolo del vino en el Banquete Eucarístico.
La tercera es anicónica, es decir, sin labra figurada, siendo la decoración vegetal conformada por una especie de cogollos.


Las más interesantes son las más cercanas al tímpano, que representan la visión apocalíptica de ancianos, bienaventurados y músicos rodeando a Cristo Juez.
La interior presenta una serie de figuras sentadas, algunas con libros y rótulos en las manos y todas bajo arcos trilobulados, separados por castilletes, que recuerdan los del sepulcro de La Magdalena.


La otra, que tiene en los extremos dos enormes cabezas, está decorada con figuras de músicos, casi todos coronados, que tocan diferentes instrumentos, muchos de los cuales se distinguen claramente.
Es de notar como cosa curiosa el órgano que aparece en la ilustración manejado por dos personajes que bien pudieran ser monjes, ya que el que se ocupa de los dos fuelles está claramente tonsurado. Señalan los entendidos como cosa no habitual las tres hileras de tubos que aparecen representadas, cuando lo normal parece que eran dos.



A ambos lados de la puerta de acceso a la iglesia se labraron dos niveles de galerías compuestas de seis arcos cada uno de ellos.
Los arcos ciegos del nivel inferior son apuntados y trilobulados, apoyados en columnas baquetonadas que tienen capiteles decorados con motivos geométricos y vegetales; las citadas columnas descansan sobre un banco corrido. No albergan figura alguna y la tradición señala que eran ocupados por los doce liberados cuando celebraban sus concejos.



Los arcos del nivel superior también son apuntados, aunque no trilobulados, descansando en columnas cuyos capiteles se decoran con motivos vegetales, así como las enjutas. Todos cobijan diferentes figuras y, por encima, se aprecian doseletes muy deteriorados en general, incluso alguno desaparecido.
Las figuras son todas de la misma época, pero de distinto tamaño y calidad, lo que indica que se deben a artistas diferentes y que posiblemente no sean las primitivas; por otra parte, tampoco responden a un programa iconográfico perceptible, lo que unido al deterioro general, así como a carecer de atributos claros, dificulta en gran medida su identificación.


Si accedemos al interior, lo primero que conviene señalar es que la capilla mayor tiene bóveda de cañón apuntado, como corresponde al ser la parte más antigua de la construcción; actualmente está decorada con labores geométricas realizadas en época barroca.
Los dos primeros tramos de la nave se cubren con bóveda de crucería sencilla; los plementos están decorados con labores de época barroca en yeso. Destacan también los poderosos arcos perpiaños apuntados.


En los otros tres tramos las bóvedas son de lunetos; las dos de los últimos tramos presentan también decoración barroca en yeso, mientras que la del tramo central no tiene decoración alguna, debido seguramente a que se derrumbó totalmente en la segunda mitad del siglo XVIII.


El retablo actual es de mediados del siglo XVIII; se sabe que fue tallado en Salamanca, aunque no el autor, pero por la fecha bien podría ser Lara (o Larra) Churriguera, sobrino de los Churriguera. Sería dorado por el también salmantino Antonio Ortega. En su parte inferior se abren dos puertas de acceso a la sacristía y el camarín, respectivamente, muy decoradas con rombos y motivos vegetales.
Se organiza en dos cuerpos y tres calles; en el cuerpo inferior, en su calle central, el camarín con la imagen titular presidiendo el retablo; en las calles laterales, hornacinas coronadas por cuartos de esfera en forma de veneras acogen imágenes de la Virgen del Rosario y el martirio de San Sebastián.


En el cuerpo superior del retablo, un relieve de la Anunciación ensamblado dentro de una gloria de ángeles, coetáneo del mismo. Dos ángeles con ramas de azucena en sus manos, situados sobre los estípites que separan la calle central de las laterales, señalan y dirigen la mirada del espectador hacia la escena del ático.


El frontal del altar mayor se decora en su parte central con un relieve relativo a la aparición de la imagen de la Virgen en una hiniesta, tal como relata la leyenda. A ambos lados y en la parte superior, una abigarrada decoración geométrica y diferentes espejos.
Es obra del escultor zamorano José Cifuentes en el último cuarto del siglo XVIII; está completamente sobredorado.



Este es el aspecto que muestra actualmente la imagen de la Virgen de la Hiniesta. La talla original, que se muestra al comienzo, mide unos 29 cm y presenta a la Virgen como Trono de la Sabiduría, hierática y frontal, sosteniendo al Niño en sus rodillas. Lleva corona, velo cayendo sobre los hombros, túnica y manto abrochado en el pecho; la figura del Niño, también con túnica y manto. Las manos derechas de ambas figuras, de tamaño desmesurado, son modificaciones del siglo XVI.
Ahora presenta rostrillo y corona, posiblemente del siglo XVIII, y está vestida con túnica y un manto azul que cubren la imagen hasta los pies. Dentro del camarín está situada en una urna de plata, muy decorada con adornos vegetales, formada por arcos de medio punto sostenidos por pilastras en las esquinas.  Aparecen en dicha urna grabadas distintas escenas relativas al ciclo de la Navidad o la Encarnación, tales como la Anunciación, la Visitación o la adoración de los Magos.
No está recogido en esta ilustración, pero sí se aprecia en la del retablo un poco más arriba, que la urna está colocada sobre un mástil que representa la hiniesta señalada en el hallazgo relatado en la leyenda.




En la nave se conservan tres imágenes pétreas de extraordinaria calidad, a decir de los expertos pertenecientes a la escuela escultórica leonesa, igual que las de las galerías del pórtico; tienen rostros de expresión serena y parece que Gomez-Moreno las catalogaba como superiores en valor a las que alberga la colegiata de Toro.
Una representa a la Virgen encinta, otra a la Virgen con el Niño en su brazo izquierdo y la tercera al ángel Gabriel en el momento de la Anunciación. Se ha pensado que la imagen de María con el Niño bien podría corresponder al parteluz que fue demolido, ya que no hay representación alguna en el pórtico actualmente que represente a la titular del templo.



Distribuidas por los diferentes retablos y en otros distintos lugares de la nave reciben culto otro grupo considerable de imágenes, tales como las que representan a San Miguel, San Blas, San Sebastián o San Roque.
En representación de todas ellas he escogido estas dos; una escultura de pequeño tamaño de la Piedad, posiblemente del siglo XIX, que sostiene un Cristo articulado reutilizado de otro emplazamiento, ya que es obra al parecer del siglo XVII.
En la otra ilustración, Santa Bárbara en una hornacina avenerada del retablo de San Antonio de Padua, situado en el lado de la epístola. Obra del escultor toresano Simón Gavilán Tomé de mediados del siglo XVIII, tiene unos 80 cm de altura y ojos de pasta vítrea.



Como curiosidad, unas andas barrocas tipo templete adaptadas sobre el armazón de un carro que se guardan en la iglesia. Según se puede ver, los frontales están decorados, pero el deterioro dificulta la identificación de los motivos.
Se aprecia también junto al varal un hachero, posiblemente del siglo XVIII como las andas.



En la ilustración superior una pila bautismal gallonada del siglo XVI, similar a otras existentes en iglesias de la capital como San Juan de Puerta Nueva o San Cipriano.
Junto a ella, en un arcosolio, una imagen de San Blas de buena factura, según los expertos, cuando menos mejor que otras representaciones de este santo en la provincia, obra de mediados del siglo XVII.
A la entrada, la pila de agua bendita colocada sobre una columna.



Detrás del retablo mayor quedaron ocultas unas pinturas murales góticas que fueron estudiadas por la profesora Ramos de Castro, quien las data hacia principios del siglo XIV. También, según señala el panel informativo advirtiendo que esta parte no es accesible al público, quedaron ocultos unos sepulcros góticos tardíos.



En la sacristía están colgados unos cuadros con fotografías de dichas pinturas, que representan a distintos personajes del Antiguo Testamento como los reyes David y Salomón y el profeta Zacarías, con sus nombres señalados en filacterias.



En marzo de 2014 tuve la enorme suerte de poder acceder durante unos segundos al angosto hueco que ha quedado entre la pared que soporta las pinturas y la parte trasera del retablo mayor, lo que dificulta en gran medida tomar fotografías. Una puerta en la sacristía permite el paso a través de un no menos estrecho y pequeño pasadizo, donde no es fácil  maniobrar y desplazarse si la persona es corpulenta.
En las dos fotografías que pude sacar se aprecian unos arcos trilobulados a los que se acoplan las figuras; en la de arriba se aprecia claramente una cabeza tocada con un sombrero puntiagudo y con visera; en la otra, sobre el dintel de la puerta, parte de una corona y, entre ambos arcos, un escudo cuartelado.

Para finalizar nada mejor que copiar parte del informe que se redactó para la solicitud del templo como Monumento Histórico-Artístico.

IGLESIA PARROQUIAL DE LA HINIESTA (ZAMORA)

LA Comisión Provincial de Monumentos de Zamora solicita del Excmo. Sr. Director General de Bellas Artes que, con arreglo a las disposiciones vigentes, sea declarado Monumento Histórico-Artístico el templo parroquial de La Hiniesta, sito cerca de la ciudad de Zamora. Remitido el expediente a informe de esta Real Academia de la Historia y nombrado por el Excmo. Sr. Director el que suscribe, para que dé su parecer, lo hace y somete a la aprobación de la Academia el siguiente dictamen:

El ponente cita a continuación los privilegios de Sancho IV y Fernando IV, la consideración que merece el templo a Gómez-Moreno y, finalmente, describe los valores que considera hacen merecedora a la iglesia de la consideración que solicita, adjuntando unas láminas con ilustraciones del interior y del pórtico.

Se trata, por la descripción que antecede, de un templo de fines del siglo XIII y principios del XIV, que aun cuando sencillo en su capilla, nave y bóvedas, que han sufrido reconstrucciones, su magnífica portada, a pesar de sus lamentables desperfectos, le hacen merecedor de que sea conservado y debidamente atendido, más si se tiene en cuenta que puede calificarse como ejemplar único de arte gótico leonés en la provincia de Zamora, clasificación a que se llega, al ver la semejanza de la escena principal del tímpano con la de otro de la Catedral de León, motivos todos suficientes para proponer sea declarada Monumento Histórico-Artístico la iglesia parroquial de la Hiniesta (Zamora). La Academia resolverá.

F R A N C I S C O  A L V A R E Z  O S S O R I O.

Aprobado por la Academia en sesión de 7 de enero de 1944.




FUENTES.-

- RAMOS DE CASTRO, G. "Las pinturas góticas de La Hiniesta". Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología: BSAA, ISSN 0210-9573, Tomo 38, 1972, págs. 511-519.

- NIETO GONZÁLEZ, J.R. "Catálogo Monumental del Partido Judicial de Zamora". Ministerio de Cultura, Dirección General de Bellas Artes, Archivos y Bibliotecas. Centro Nacional de Información Artística. Madrid-1982.

- "Historia de Zamora. Tomo I". Coordinación: FERRERO FERRERO, F. Ed. Prensa Ibérica. 1991.

- ROMERO LÓPEZ, F. "Leyendas y tradiciones zamoranas". Imprenta Jambrina, Zamora.2010.

- FERNÁNDEZ MATEOS, R. "Guía Todo el Románico de Zamora". Fundación Santa María la Real. Centro de Estudios del Románico. Aguilar de Campoo-2010

domingo, 22 de febrero de 2015

SAN PEDRO DE LA NAVE

Desde que Gómez-Moreno en 1906 defendiera la tesis de que San Pedro de la Nave era una iglesia visigótica levantada en el siglo VII, muchos autores de reconocido prestigio han formulado sus propias teorías al respecto. Así, Arthur Kingsley Porter, por ejemplo, quien señaló en 1928 que los relieves debían datarse en el primer tercio del siglo X.


El hallazgo de un horologio cuando se realizó el traslado a la localidad de El Campillo en los comienzos de la década de los 30 del siglo pasado y su estudio por Navascués en 1937 reforzaron la postura de quienes defendían una cronología visigoda. Ya en la segunda mitad del siglo XX, Puig i Cadafalch proponía que era un precedente de la arquitectura asturiana, mientras Camón Aznar la incluía en un grupo que denominaba "arquitectura de reconquista", por tanto de fines del siglo IX o principios del X.


En una monografía de 1997, Caballero Zoreda incluirá San Pedro de la Nave dentro del grupo visigodo, que pasará a ser considerado de "repoblación", fijando su cronología en el siglo IX; la técnica constructiva y la decoración son reflejo de la influencia omeya en la Península.
En conclusión, se puede decir que este templo ha sido estudiado a lo largo de los años por numerosos expertos y que lo han clasificado cronológicamente en función de las tendencias historiográficas dominantes en cada momento.


Tampoco existe unanimidad a la hora de establecer si hubo uno o dos proyectos constructivos. Mientras Lampárez, Camps, Gómez-Moreno, Caballero o Arce se inclinan por un proyecto único donde trabajaron dos talleres escultóricos de forma simultánea, Corzo Sánchez, en su monografía de 1986 dedicada a este templo, opina que fueron dos proyectos diferentes; el primero habría planteado una iglesia cruciforme, que quedó inacabada por errores en la ejecución, y el segundo, que finalizó la obra con otro tipo de decoración y planta basilical.


En esta fotografía del costado sur de la iglesia están señalados la nave principal (1), la nave lateral sur (2), el brazo correspondiente del crucero (3), la ergástula,  celda monacal  o dependencia lateral (4) y la capilla mayor (5).
Para los partidarios de la segunda teoría, al primer momento constructivo corresponderían la nave central, la ergástula y el crucero, y al segundo la nave lateral. Esto se debería a que un error de cálculo habría interrumpido las obras al constatar la dificultad de levantar el cimborrio sobre un espacio que no era cuadrado; creen que la interrupción del horologio interior en un momento determinado apoya esta opinión y que no se continuó al rematar las obras porque el templo había dejado su función monacal y pasado a tener función parroquial, por lo que se añadieron entonces las dos naves laterales.


Ábside de la capilla mayor con testero plano (1), dependencia lateral norte (2), brazo norte del crucero (3) y cimborrio (4).
Los defensores del proyecto único señalan la sensación de conjunto homogéneo, armónico y bien proporcionado que transmite el templo; sí están de acuerdo en que hubo dos talleres distintos, uno que se hizo cargo de los relieves de la nave y del ábside, además de proyectar la planta, y otro que fue responsable de las columnas y su decoración, así como del abovedamiento.






Para finalizar con el exterior, además de señalar la utilización de sillería arenisca perfectamente escuadrada y asentada a hueso, sin argamasa, en hileras muy regulares, destacar la decoración de las impostas de las portadas del crucero, en la que se aprecian distintos motivos geométricos y, singularmente, cruces patadas.
Entre la maraña de graffitis, fechas y todo tipo de inscripciones, principalmente en el ábside, puede que algunas sean marcas de cantería originales.


Se accede al interior por una puerta situada a los pies de la nave central; si avanzamos en dirección al ábside nos encontraremos con los arcos torales de herradura soportados por pilares con columnas adosadas y el espléndido arco triunfal, también de herradura, que da acceso al presbiterio, soportado por columnas con capiteles decorados e impostas.
En la fotografía se aprecia la armadura de madera de los últimos tramos de la nave central que sustituyó a la original bóveda de cañón tras su derrumbe; también que los arcos formeros están soportados por pilares pétreos y rematados algunos con ladrillo.


Las columnas adosadas, a las que ya antes hicimos referencia, son de mármol, posiblemente reutilizadas y de origen romano; la situada en el lado sur de la nave muestra un capitel decorado en su cara frontal con el sacrificio de Isaac. Una gran mano representando a Dios detiene el golpe que Abraham se dispone a dar con el cuchillo sobre su hijo, al que sujeta por el pelo sobre el altar del sacrificio, completando la escena el cordero que sustituirá al muchacho como víctima. Sobre la escena, un texto epigrafiado explica su significado. Los laterales del capitel están decorados con las figuras de San Pedro y San Pablo, cuyo nombre también está epigrafiado. 
En el ábaco, decoración de roleos, aves y hojas.



La columna del costado norte remata en un capitel también historiado, en esta ocasión representando a Daniel en el foso de los leones, como señala el epígrafe explicativo sobre la escena. En los laterales, las figuras de Santo Tomás, con un libro en sus manos y su nombre epigrafiado igualmente, y San Felipe, que levanta una corona con una cruz en su centro flanqueada por flores de lis.
En el ábaco, decoración de roleos y aves.




Las otras dos columnas más cercanas a la cabecera tienen capiteles con decoración muy parecida; en su cara frontal unas aves que picotean frutas simbolizando la Eucaristía y en las laterales motivos geométricos y cabezas humanas con una especie de tocado o peineta.
En los ábacos, roleos, cabezas humanas, racimos y otras frutas.




Las basas de las columnas también se encontraban decoradas, aunque, excepto una, están muy deterioradas en la actualidad. En ésta se aprecia distinta decoración vegetal inscrita en unos triángulos, así como unas cabezas entre ellos.



Los dos capiteles de las columnas, también de mármol, del arco triunfal presentan una decoración similar; en la parte frontal, cuatro arquillos ciegos, haciendo tal vez referencia a la Jerusalén celeste, flanqueados por racimos de uvas y decoración geométrica; en los laterales, grandes espirales, estrellas de doce puntas y cruces patadas.
En los ábacos, unas enormes serpientes y racimos de uvas.






La capilla mayor se cubre con bóveda de cañón y se ilumina mediante tres ventanales, uno en el ábside y los otros dos en los laterales del presbiterio. Aunque el derrame es perceptible en los tres, en el del muro sur aparece más acusado.
Un friso muy decorado recorre todo el interior de la capilla a la altura de los ábacos de las columnas del arco triunfal, por encima de los arcos de los vanos, también decorados. Se trata de una decoración tradicional en el arte visigodo que ya hemos visto en los capiteles y ábacos  a base de figuras geométricas, cruces patadas, estrellas de doce puntas, espirales, tallos ondulados y racimos, entre otros motivos.




En estas fotografías se puede ver la situación del horologio con respecto a la capilla mayor y dos detalles más cercanos del mismo. Es una especie de reloj de sol que se basa en la distinta medida de una sombra a lo largo de los meses del año; fue muy utilizado en la Edad Media, fundamentalmente en los monasterios para determinar las horas litúrgicas. Tiene una tabla de doble entrada: en una los meses simétricos (enero/diciembre, febrero/noviembre) a los que corresponde en la otra la misma longitud de sombra según la hora. La grabación se interrumpió en marzo, pero sí se aprecia que, por ejemplo, en enero y diciembre a las horas I y XI corresponde una sombra de XXVIII pies.



Los dos aposentos, celdas monacales o ergástulas que están adosados a ambos lados de la nave central a oriente del crucero  conservan las primitivas bóvedas de cañón de carácter pétreo.
Están comunicados con la nave central mediante una puerta con arco de medio punto y una ventana de tres vanos con columnillas. Esta disposición aparecerá dos siglos después, si tomamos como buena la cronología visigoda, en algunas iglesias de Asturias.



La nave del crucero es de la misma altura que la nave central y su cubierta era igualmente pétrea, pero actualmente está volteada en ladrillo tras la restauración efectuada cuando se llevó a cabo el cambio de emplazamiento; los arcos de acceso desde los pórticos de entrada en ambos extremos del crucero son de medio punto peraltados.
El cimborrio, iluminado por ventanales en cada una de sus cuatro caras, estaba cubierto con bóveda de arista, pero en el momento del traslado ya estaba derruida, sustituyéndose por la actual armadura en madera. 


La parte correspondiente a poniente de la nave central, a la que se adosarán las dos naves laterales, es la que conserva menos elementos originales tras las sucesivas restauraciones. La cubierta actual es una armadura de parhilera, en algunos arcos formeros se han sustituido las dovelas por un terminado en ladrillo y en los muros laterales y el hastial de poniente tampoco se conservan los sillares de la construcción primitiva.



Las naves laterales, igualmente cubiertas con armadura de madera actualmente, se comunican con la nave central mediante arcos formeros de herradura apoyados sobre pilastras, mientras que la comunicación con el crucero se hace mediante vanos dobles, también con arco de herradura.



En el interior del templo se conservan estas dos pilas, bautismal una y de agua bendita la otra, situada ésta como es natural junto a la entrada de acceso actual a la iglesia por la portada situada en el hastial de poniente.


En la nave lateral norte encontramos este sepulcro, en el que según la tradición están enterrados San Julián y Santa Basilisa. 
Según las fuentes que se manejen, este matrimonio vivía en Antioquía o en Antíone (Egipto), pero en ambos casos se trata de unos esposos que han prometido a Dios mantener su virginidad, por lo que se alejan de todas las comodidades que les ofrece su posición social y se integran los dos en comunidades religiosas de las que llegan a ser abad y abadesa, respectivamente. Cuando menos San Julián, aunque en otras versiones ambos, sufren martirio en las persecuciones de Diocleciano contra los cristianos, a finales del siglo III o principios del IV. Difícilmente, pues, son los santos barqueros de la leyenda local.
En la Leyenda Dorada de Jacobo de la Vorágine, dominico y obispo de Génova a finales del siglo XIII, se recoge la vida de un centenar muy largo de santos, no de forma histórica y fidedigna, sino elaborada para propiciar la religiosidad popular. Uno de esos santos es Julián el Hospitalario, también de familia noble, a quien le predicen que un día matará a sus padres; para evitar esta tragedia emigra a otras tierras, donde contrae matrimonio. Un día que estaba fuera de casa llegan sus padres, que no se han resignado a perderle, y su mujer les cede el dormitorio; cuando regresa y ve que una pareja ocupa su propia cama piensa que su esposa le está engañando y da muerte a los durmientes.
Decide entonces marchar lejos y hacer penitencia para hacerse perdonar tan horrible crimen; en el viaje le acompaña su esposa, de la que nunca se da el nombre, y juntos fundan una hospedería y se dedican a facilitar el cruce del río a quien lo necesite. Pasa el tiempo y en cierta ocasión será un leproso quien pida ayuda; Julián no duda en recogerlo y cuidarlo y, a los pocos días, este leproso se convierte en el ángel que en realidad es y comunica a los esposos el perdón divino y su próxima entrada en el Cielo. Esta historia sí que se ajusta más a los quehaceres de los santos barqueros y a su leyenda.


El destino, la casualidad, o como cada cual prefiera, parece que quiso advertir a los promotores de esta información que se estaban equivocando de matrimonio, igual que se equivocó el operario con el nombre de la santa, Basilisa que no Basilia, más tarde corregido convenientemente.
Los sermones frecuentemente habían ensalzado como modelo de matrimonio cristiano las virtudes de San Julián y Santa Basilisa y no tanto las de San Julián el Hospitalario y su esposa de nombre desconocido, por lo que no fue difícil confundir ambas historias aquí como en otros lugares.




FUENTES.-
  
http://www.arquivoltas.com/23-Zamora/02-SPN1.htm
http://www.turismo-prerromanico.com/es/visigodo/monumento/san-pedro-de-la-nave-
http://www.artehistoria.com/v2/monumentos/232.htm
https://mateturismo.wordpress.com/2013/05/30/el-horologio-de-pies-de-san-pedro-de-la-nave/