Alba de Tormes

Alba de Tormes
Vista de Alba de Tormes. Anton van den Wyngaerde, 1570.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

SAN PEDRO Y SAN ILDEFONSO. ZAMORA.

Todo parece indicar, a la vista de la información ofrecida por distintos autores sobre este templo, que su origen se remonta a la época visigoda, siendo por tanto uno de los más antiguos de la capital, junto a San Cebrián (o San Cipriano) y San Román, en la actualidad Santa María la Nueva.


Está situada en pleno casco antiguo, muy cerca de la vía principal, que se denominó carral maior en época medieval y hoy Rúa de los Notarios y Rúa de los Francos, e igualmente también próxima a una de las puertas del primer recinto amurallado, la de San Pedro.


Algunos historiadores, como Fernández Duro y otros, señalan que el primitivo templo estuvo bajo la advocación de Santa Leocadia, mártir toledana de principios del siglo IV y una de las santas que desde muy antiguo recibió culto en la península Ibérica.
Tras la reconquista y repoblación de la ciudad por Alfonso III el Magno en 893 la iglesia sería reedificada y dedicada a San Pedro. Según testimonios de la época, el 26 de mayo de 1260, en el episcopado de don Suero, se produjo el hallazgo de los restos de San Ildefonso, que fue arzobispo de Toledo a mediados del siglo VII y uno de los Padres de la Iglesia Hispánica, pasando a estar entonces también bajo su advocación.
Por bula papal de Julio II en 1506 adquiere el rango de iglesia arciprestal, que conserva en la actualidad. 


Intervenciones arqueológicas realizadas en 1989 dieron como resultado el descubrimiento de una necrópolis en la que se halló, entre otros objetos, una fíbula de finales del siglo V o principios del VI; también aparecieron diversas tumbas datadas en siglos posteriores, del XI al XIV, signo indicativo de que estamos ante un solar que desde muy antiguo y de forma continuada ha sido destinado a lugar de culto.


Su estructura románica, datada a finales del siglo XII y/o comienzos del XIII, que constaba de tres naves y triple cabecera de ábsides semicirculares, ha sido muy modificada a lo largo de los siglos.
Entre añadidos posteriores aún se puede observar el hemiciclo del ábside mayor, que tuvo cuatro columnas que lo dividían en cinco paños o calles; actualmente sólo se ve la parte superior de tres de dichas columnas, cuyos capiteles se decoran con hojas planas rematadas en caulículos.


Una cornisa moldurada de nacela está sostenida por canecillos troncopiramidales decorados con cuatro hojas lanceoladas, modelo seguido en otros muchos templos de la ciudad, deudores todos del templo catedralicio.


Encima del ábside se observa el tramo recto del presbiterio, mucho más alto, en el que se abre un óculo lobulado que contiene un bello rosetón formado a su vez por seis lóbulos cerrados terminados en rollos que dibujan un círculo central.


La fachada septentrional es, posiblemente, la que más transformaciones ha soportado desde sus inicios románicos. Los contrafuertes actuales se deben a las reformas de finales del siglo XV, cuando se unificó el interior en una única nave y se elevaron considerablemente los muros exteriores.



















A oriente, en el lugar que en época románica ocupaba el ábside del evangelio, se erige la capilla funeraria del maestre de campo natural de Zamora don Gabriel López de León en el último tercio del siglo XVII.
A pesar de las transformaciones de época tardogótica ya mencionadas, tanto el ábside central como los laterales conservaban su estructura original; en el ábside del evangelio había una capilla de reducidas dimensiones dedicada a San Esteban y cuyo patronato corría a cargo de un familiar del maestre de campo, que adquirió la propiedad para edificar allí el panteón familiar.
En los muros exteriores campean los escudos nobiliarios del fundador.


En el segundo tramo se abre la portada neoclásica realizada en 1795-96 por Pedro Castellote.
Sobre pilastras jónicas almohadilladas va rematada con los símbolos de San Pedro, de San Ildefonso y de San Atilano; oculta en su interior la portada románica primitiva.



Sobre un zócalo muy deteriorado, igual que todo el conjunto, la portada está compuesta por tres arquivoltas lisas trasdosadas protegidas por una chambrana.
Los fustes originales de las columnas han desaparecido, así como uno de los capiteles; los demás presentan decoración vegetal compuesta por pencas carnosas enrolladas en sus extremos. Los cimacios también están sumamente deteriorados, aunque permiten adivinar una molduración a base de listel, nacela y medios boceles.



















En el tercer tramo, sobre el zócalo, se abrieron dos arcosolios funerarios de medio punto y, por encima de ellos, un ventanal hoy cegado, sobre el que se aprecian restos de ocho canecillos que señalarían la altura del alero de la nave colateral antes del recrecimiento de los muros.
El cuarto tramo fue reformado a finales del siglo XV y posteriormente en época barroca; se dispuso un contrafuerte oblicuo, en el que fue preciso abrir un arco para el acceso a la fachada occidental.





















Ambos arcosolios antes mencionados contienen inscripciones funerarias de difícil lectura actualmente; según algunos textos, la ubicada en el más occidental estaría fechada en 1229 (era MCCLVII).





















En la fachada de poniente destacan la portada concebida a modo de arco triunfal, abierta en el primer cuarto del siglo XVIII y ejecutada por Joaquín de Churriguera y Valentín de Mazarrasa y Torres, así como la torre campanario en el ángulo suroccidental; ésta tiene planta rectangular y tres cuerpos, de los que el inferior, cuya fábrica es románica, fue reforzado con un forro en época barroca, el intermedio conserva su aspecto original y el superior, con el cuerpo de campanas, es de época moderna.


Cobijada por el arco, la escultura pétrea de San Pedro, originalmente titular único del templo, con sus atributos como primado de la Iglesia, sentado en su cátedra presidiendo la portada.





















El arco está concebido entre pilastras cajeadas que sostienen un entablamento con triglifos y metopas y rematado por frontón triangular.
Sobre éste hay un ventanal románico de arco apuntado y doblado, con arquivoltas molduradas mediante boceles y medias cañas; las cuatro pequeñas columnas acodilladas tienen capiteles vegetales decorados a base de pencas con sus extremos vueltos.





















En los extremos del frontón se disponen sendos escudos con las armas de la ciudad, ya que la obra se realizó a sus expensas; en el de la izquierda, el brazo de Viriato sosteniendo la seña bermeja y, en el de la derecha, el puente de Mérida, en cuya conquista destacaron las tropas concejiles zamoranas durante el reinado de Alfonso IX.





















Al sur de esta fachada de poniente, separado de la iglesia por la calle de San Pedro, encontramos el actual convento de Santa Marina y la iglesia conventual. Había sido palacio del marqués de Villagodio, que a la muerte de su esposa en 1878 decidió su venta; comprado por las religiosas Marinas, éstas trasladaron aquí su residencia diez años después, en 1888, iniciando a continuación las obras de la iglesia, que sería bendecida en 1891 por el obispo de la diócesis.



















Durante las reparaciones, consolidaciones y reformas efectuadas en 1721 se añadieron dos arbotantes, según traza de Joaquín de Churriguera, que se apoyan en los contrafuertes que enmarcan la portada sur del templo y en lo que entonces era palacio del marqués de Villagodio.



En el primer tramo del muro meridional encontramos cuatro arcos ciegos de medio punto que soportan pequeñas columnas de capiteles vegetales y cimacios de nacela.
En el arco situado más al este, junto al arbotante próximo a la cabecera, hay una roseta con botón central y seis hojas.


En el segundo tramo se ubica la portada románica, mucho más decorada que la de la fachada norte, lo que mueve a pensar que en origen sería la entrada principal al templo.
No obstante, en la actualidad y, seguramente, desde hace ya bastantes siglos, se encuentra fuera de uso debido a que está muy por encima de la cota de la calle.





















Tanto morfológica como decorativamente es muy parecida a la Puerta del Obispo de la catedral zamorana; así, el plinto de cada una de las columnas y pilastras está decorado con arquillos ciegos, al tiempo que las arquivoltas y el arco de ingreso, todos de medio punto, están formados por lóbulos rematados en peltas.



































Los capiteles y el remate de la pilastra son vegetales, con decoración de carnosas pencas cuyo extremo está vuelto, y los cimacios están moldurados con listel, nacela y bocel.
En la nacela de los cimacios más orientales se aprecia una inscripción y en ambas pilastras diversas marcas de cruces más o menos elaboradas.


En el tercer tramo, igual que en la fachada norte, se abrieron dos arcosolios funerarios de medio punto sobre el zócalo; aunque en menor medida que en la puerta de este lado, se advierte también aquí que la cota de la calle se encuentra actualmente muy por debajo de lo que estaba en los siglos medievales.





















En ambos arcosolios todavía se aprecian las inscripciones funerarias, que en esta fachada muestran un mejor estado de conservación que las del lado norte.






















Por encima de los arcosolios se abrió una saetera muy cercana al antiguo alero románico, del que se conservan restos de seis canecillos.


En el ángulo suroeste, como ya se ha señalado en el comentario de la fachada occidental, la torre prismática ocupa el cuarto tramo del muro meridional.


A finales del siglo XV era titular de la sede episcopal de Zamora el cardenal don Diego Meléndez Valdés (1494-1506), sucesor en la misma del toresano Fray Diego de Deza. En 1496 acomete la modificación de la cabecera del templo, que propiciará la transformación en una única nave de las tres originales.


Dicha transformación del interior de la iglesia llevó consigo la elevación de los muros y la cubierta de los tres tramos de la nave con bóvedas góticas de crucería; más tarde, ya en época barroca, vuelven a elevarse los muros y la nave se cubre con bóvedas estrelladas de ligaduras y terceletes.


A los pies de la nave, un cuarto tramo compartido por el cuerpo bajo de la torre, el coro y el sotocoro, éste bajo arco carpanel y separado del resto de la nave por una reja de comienzos del siglo XVIII, que en la actualidad se utiliza como capilla bautismal.





















El ábside central se dividió en dos pisos en 1496; en el superior, cerrado con reja, se ubica un baldaquino que cobija las urnas con las reliquias de San Ildefonso y San Atilano; el inferior acoge el retablo Mayor.




Para sostener el camarín superior fue preciso construir una bóveda con arco, en el que se lee "AQUÍ SE ELEVARON LOS CUERPOS DE S. ILDEFONSO Y S. ATILANO A 26 DE MAYO DE 1496". En las enjutas se han situado sendos escudos con las armas de la ciudad.
En las otras imágenes, la pirámide colocada en 1778 que cubre el lugar donde fue hallado en 1260 el sepulcro que contenía el cuerpo de San Ildefonso, que, como allí se indica, fue ubicado inicialmente en el cuarto del tesoro del templo.





















El camarín superior se decoró entre 1617 y 1621 con labores doradas, obra de Alonso de Remesal y Benito de Segovia.
Como ya se señaló, bajo un baldaquino clasicista de planta hexagonal, obra del ensamblador Martín Sánchez, se guardan dos urnas en arquillas de plata, que contienen, respectivamente, las reliquias de San Ildefonso, a la izquierda, y San Atilano, a la derecha.
En el frontal, un relieve en el que se recrea la imposición de la casulla a San Ildefonso, motivo iconográfico muy repetido al referirse al santo arzobispo toledano; según la tradición, la Virgen se la impuso por su defensa a ultranza de la virginidad de María, para que la utilizara en las festividades dedicadas a Ella.





















A comienzos del siglo XIX el escultor Manuel Alonso realiza el retablo Mayor, dorado seguidamente por Jerónimo Rodríguez, ocupando el antiguo presbiterio románico que queda separado del ábside central primitivo, utilizado en la actualidad como despacho.



















Sendas imágenes de San Isidoro y San Atilano ocupan las calles laterales del retablo, mientras que en el ático se puede contemplar la figura de San Pedro sentado en su cátedra.





















A partir de 1617 diferentes artistas intervienen en la decoración del frontal de la cabecera añadiendo bandas y cornisas doradas en torno y sobre los arcos triunfales de los tres ábsides, al tiempo que se enmarcan diversas esculturas también realizadas por distintos autores.
San Pedro, sentado en su cátedra y con los atributos papales, encima del arco triunfal de la capilla Mayor,  es obra de Gaspar de Acosta.





















Dicho escultor portugués, nacido en Guimaraes y vecino de Zamora desde muy joven, es igualmente el autor de las imágenes de San Atilano y de Santa Leocadia; Acosta es un representante del manierismo de finales del Renacimiento en transición al clasicismo.
Trabajó en la capital y algunas localidades de la provincia a finales del siglo XVI y comienzos del XVII.





















Las esculturas que representan a San Ildefonso y a Santa Catalina de Alejandría fueron labradas por Gaspar González Escudero, según diversos textos de Rivera de las Heras.




















Los dos ángeles y los dos escudos del cardenal Meléndez Valdés que flanquean el ático son obra de Domingo de Neira. Era éste un oficial, vecino de Zamora, al que contrataban escultores y ensambladores; así, en 1621 comienza su relación con Esteban de Rueda, quien lo contrata para que le sirviera durante dos años en todo lo tocante al oficio de escultura.


Las peanas y las carteles, por su parte, fueron talladas por Martín Sánchez y, posteriormente, policromadas y doradas por Pedro de Quirós y Ramos, modesto pintor protobarroco afincado en Zamora, al que se debe también la pintura del frontal del altar del camarín superior.





















Los retablos laterales, gemelos, están dedicados, respectivamente, a San Joaquín y Santa Ana, padres de la Virgen. Son obra del último cuarto del siglo XVIII.



















En los respectivos áticos de los mencionados retablos laterales, en sus correspondientes tondos, se han tallado los relieves de Santo Tomás de Aquino y de Santa Teresa.




El ábside de la epístola está cubierto con bóveda de cuarto de esfera, en la que hay restos de pinturas con la representación de Santa Catalina de Alejandría, tal como señala un cartel informativo a la entrada de la iglesia.
La bóveda del ábside está sostenida por una imposta corrida con moldura de listel, filete en ángulo, bocel y nacela; el presbiterio, de reducidas dimensiones, está cubierto con bóveda de cañón.
Transformada en capilla funeraria hacia 1530, se abrió un lucillo con arcosolio apuntado y pometeado que contiene la figura yacente de Pedro de Ayala y un altorrelieve de Juan de Ayala en actitud orante.



















A la entrada de la capilla funeraria encontramos el escudo de armas de la familia Ayala, dos lobos en palo uno sobre el otro.
En el testero se abrió una puerta que da acceso a la sacristía, edificada en 1615 y reformada en 1773, año que señala la inscripción conmemorativa sobre dicha puerta.



















Como ya se señaló al hablar del exterior del templo, el ábside correspondiente al lado del evangelio desapareció tras la construcción de la capilla funeraria de Gabriel López de León en 1674 siguiendo los planos del arquitecto Juan de Setién Güemes, quien dirigía por aquellos años las obras de la catedral Nueva de Salamanca.
El prestigioso arquitecto utilizó piedra labrada prácticamente en toda la obra, con excepción de la cúpula con linterna sobre pechinas, que se levantó con ladrillo y se decoró profusamente con yeserías de temática vegetal. En las pechinas destacan los blasones del fundador.





















A ambos lados de la capilla se abrieron dos nichos funerarios que contienen, respectivamente, los bultos orantes de don Gabriel López de León y su primo don Melchor López de Morán, arrodillados sobre dobles almohadones; dirigen sus oraciones hacia el altar mayor y visten las galas características de sus profesiones, la Milicia y la Administración.
Se desconoce el escultor que realizó las obras, pero ambas son de buena factura y están esculpidas muy correctamente.
Bajo ellos se abrieron las entradas de acceso a la sacristía, en el muro del evangelio, y a una estancia tras la Capilla Mayor, en el muro de la epístola, desde donde se desciende a la cripta por una escalera dispuesta atl efecto.


Los tres retablos de la capilla fueron ensamblados hacia 1680, posiblemente, por Cristóbal Ruiz de Andino; presentan un estilo vallisoletano característico y, además, dicho ensamblador colaboró en otros retablos con el autor de las esculturas, Alonso Fernández de Rozas, gallego afincado en Valladolid que ya había trabajado en Zamora, concretamente en la imagen de San Fernando de la catedral zamorana.






















En el banco o predela del retablo Mayor se han dispuesto los relieves de Santa Gertrudis, el Sagrario y la Anunciación. Según lo establecido por el fundador se había pensado que la santa fuera pintada en un lienzo y colocada en el ático, pero finalmente se varió dicha disposición iconográfica.


En el centro, en la puerta del sagrario, destaca el relieve del Buen Pastor. Como el resto de los relieves y todas las imágenes fue dorado y policromado por Toribio González, pintor vallisoletano vecino de Zamora.




En el único cuerpo del retablo, presidiendo el mismo, la imagen de la Inmaculada Concepción, flanqueada por los arcángeles San Gabriel y San Rafael.
Según los expertos, la figura de la Inmaculada es la obra maestra de Rozas; aunque las cabezas de los ángeles de la peana siguen un modelo ya utilizado anteriormente por el escultor, el tipo de Inmaculada es totalmente nuevo, en el que se aparta definitivamente de los esquemas establecidos por Gregorio Fernández, principalmente en la disposición del manto, aquí totalmente arremolinado, y en la expresión y movimiento del rostro, que evita toda apariencia de frontalidad y estatismo.




En el ático, a ambos lados, las imágenes alegóricas que personifican la Fe (en algún texto consultado, la Prudencia) y la Esperanza; en el centro, presidiendo la composición del mismo, un Crucificado.





















En los muros laterales de la capilla se colocaron dos retablos gemelos dedicados, por expreso deseo del fundador, a San Antonio de Padua, en el lado norte, y Santa Teresa, en el lado sur. Tanto en éstos como en el retablo Mayor destacan las columnas salomónicas revestidas de pámpanos y racimos; junto a la utilización del mismo tipo de ménsulas y de carnosidad en la decoración vegetal permite concluir que se concibieron los tres en un mismo taller.
Las imágenes, al igual que las del retablo Mayor, fueron talladas hacia 1678 por el escultor Alonso Fernández de Rozas.





















Dos retablos ensamblados por Juan de Remesal en 1776 ocupan los ángulos que forman la nave y la cabecera; ambos fueron policromados por Francisco Pérez y dorados por José González.





















La talla de un Crucificado del siglo XVI preside el retablo del lado del evangelio, mientras que el ático acoge una Piedad, composición con María sentada y apoyada en una cruz con sudario sosteniendo a su Hijo muerto en el regazo.





















A los lados, flanqueando al Crucificado, una imagen de San Atilano tallada en el siglo XVIII, y San José con el Niño, obra atribuida al toresano Antonio Tomé realizada a principios del mismo siglo.





El retablo del lado de la epístola está presidido por la Virgen del Carmen y acoge en el ático una escultura de San Vicente Ferrer; ambas son barrocas, como el resto de las de este retablo.
A ambos lados de la imagen titular se colocaron las de San Blas y San Juan Nepomuceno, al tiempo que sobre el sagrario, en una hornacina, se ubicó una representación de la Inmaculada.



Adosado al tercer tramo del muro norte de la nave se encuentra el antiguo retablo Mayor del templo, ensamblado por Juan de Remesal en 1773 y dorado por Francisco Pérez dos años después.
Acoge en una hornacina, presidiendo el retablo, una imagen de la Virgen del Amor Hermoso, obra de mediados del siglo XIX y reformada más tarde por el imaginero don Ramón Álvarez.






Del último tercio del siglo XVIII es el retablo neoclásico adosado al muro sur de la nave; fue realizado en estuco marmoleado y contiene los relieves de la Imposición de la casulla a San Ildefonso en el cuerpo y de la Inmaculada en el ático.






















También en ese mismo lado de la epístola se abrieron diversos nichos góticos de arco apuntado moldurado a base de listel, nacela y bocel.
En el más oriental, junto al retablo de la Virgen del Carmen, la imagen de la Divina Pastora, obra del siglo XIX; a su lado, otro con una inscripción funeraria que comienza "Hic requiescit ..." fechada en la era de MCCXXIX, que acoge una pequeña imagen de la Virgen de Fátima.



En los muros del templo se han colgado algunos lienzos barrocos; así, a los pies de la nave, sobre la puerta de acceso a la escalera de subida a la torre está representado San Cristóbal y, sobre la entrada al cuerpo bajo de la misma, el arcángel San Miguel.
En el último tramo del muro sur, sobre uno de los arcosolios antes mencionados, se expone el lienzo de la Inmaculada Concepción y en el primer tramo de dicho muro meridional, sobre los correspondientes arcosolios allí ubicados, la representación del apóstol San Pedro.



Al lado de la puerta norte, actualmente entrada habitual a la iglesia, se ha colocado una pila de agua bendita labrada por el italiano Andrés Verda; fue realizada en 1773 con el mármol sobrante del retablo Mayor de la catedral.
Encima del retablo de la Virgen del Amor Hermoso se ha situado el órgano, realizado por Cándido Cabezas en la tercera década del siglo XIX, solamente unos años después del de la parroquia de San Torcuato, también obra suya.



Ya se hizo referencia con anterioridad a la puerta de acceso a la escalera de caracol existente a los pies de la nave para ascender a la torre, que se conserva desde época románica, igual que la estructura general de los muros.
También ya se mencionó la entrada a la sala que ocupa el cuerpo bajo de la torre, hoy utilizada como museo; está formada por un arco de medio punto sobre impostas molduradas a base de listel, nacela y bocel, similares a otras de este mismo templo y de otros en la ciudad.





















En dicho museo parroquial, sobre el muro de poniente, hay restos de pinturas góticas de autor desconocido que parecen representar una escena con Cristo Resucitado mostrando sus manos, posiblemente la denominada "Noli me tangere", cuando se aparece a María Magdalena.
También se expone un tríptico fechado en las primeras décadas del siglo XVI de autor desconocido del círculo de Amberes; está representada en su tabla central la Adoración de los Magos.


















Igualmente se exponen otras piezas en piedra con restos de policromía, como un ángel orante o una cruz griega flordelisada con veneras en su centro y los cuatro brazos.


Dentro de la notable calidad artística, en general, de todas las piezas expuestas en el museo conviene, no obstante, destacar un frontal de piedra arenisca policromada datado en el último tercio del siglo XIII, posiblemente realizado para contener las reliquias de San Ildefonso, halladas en 1260 como ya se indicó.


El programa iconográfico presenta al santo arzobispo toledano en el centro, rodeado de diversas escenas relativas a su vida en las cuatro partes en que se ha dividido el frontal. 
Así, en el cuadrante superior izquierdo del observador podemos distinguir la marcha al monasterio, la profesión como monje y la consagración como obispo, al tiempo que en el cuadrante superior derecho, mucho más deteriorado, se observa al santo en su scriptorium y la conversación con el rey visigodo Recesvinto.
















Una de las obras que más contribuyó a la fama de santidad de San Ildefonso fue su De virginitate perpetua beatae sanctae Mariae, un tratado que alcanzó gran difusión en toda la Edad Media, el escrito latino más extenso dedicado exclusivamente a María; la obra está escrita contra los herejes Helvidio y Joviniano y contra los judíos. Dado que aquellos no son coetáneos del santo, se piensa que personificó en ellos el rebrote de alguna herejía de su tiempo.
En la parte inferior del frontal, a la izquierda del observador, se han plasmado dichos enfrentamientos y disputas en defensa de la virginidad de María.
A la derecha, la escena de la Imposición de la casulla (el motivo más repetido en la iconografía relativa a San Ildefonso, como hemos podido comprobar incluso en este mismo templo), una celebración eucarística y las exequias.



FUENTES.-

- RIVERA DE LAS HERAS, J.A. "Por la catedral, iglesias y ermitas de la ciudad de Zamora". 
  Edilesa, 1ª edición. 2001
- GARCÍA GUINEA, M.A. y PÉREZ GONZÁLEZ, J.M. "Enciclopedia del Románico en Castilla y León.     Zamora". Fundación Santa María La Real. Centro de Estudios del Románico. 
 Aguilar de Campoo, 2002.
- FERRERO FERRERO, F. "La configuración urbana de Zamora durante la época románica".
  Studia Zamorensia. ISSN 0214. Nº 8. 2008
- CABAÑAS VÁZQUEZ, C. "Las huellas del tiempo en el plano de Zamora". Ayuntamiento de Zamora     2002
- LÓPEZ TORRIJOS, R. "Iconografía de San Ildefonso desde sus orígenes hasta el siglo XVIII". 
  Cuadernos de arte e iconografía. / Tomo I - 2. 1988. Revista virtual de la Fundación Universitaria     Española.