A punto de iniciarse la Cuaresma que dará paso a una nueva Semana de Pasión, quiero dedicar esta entrada a algunos de los espléndidos Crucificados que acogen los distintos templos de la ciudad, tanto los que recorrerán sus calles en los desfiles procesionales, como aquellos que lo hicieron en tiempos no muy lejanos, así como otros que simplemente reciben culto ubicados en retablos o muros de las parroquias que los cobijan.
Aún hoy día no tengo muy claro el porqué de esa fascinación que siempre he sentido por la Semana Santa, pero ya desde muy niño todos los Jueves y Viernes Santos de cada año han sido muy especiales y los he vivido con una intensidad diferente; puede que fuera el rito litúrgico y las lecturas de la Pasión en los Oficios vespertinos, puede que fuera el olor a cera e incienso que impregnaba todo el ámbito de las iglesias, puede que fuera el ambiente de misterio propiciado por el hecho de que todas las imágenes estuviesen totalmente veladas hasta el Domingo de Pascua, puede que fuera la visita a los Monumentos con adornos florales extraordinarios, sobre todo en los conventos de monjas, la mañana del Viernes Santo, o puede que fuera, esa misma mañana, el Acto del Descendimiento en marcos tan incomparables, a lo largo del tiempo, como la Plaza Mayor, el Patio Chico o el Campo de San Francisco.
Lo único cierto es que esa fascinación me llevó en volandas a mostrar un interés especial por todas las imágenes de Cristo crucificado, particularmente aquellas que luego veía por las calles de Salamanca a hombros de los cargadores en cada una de las procesiones.
Lo único cierto es que esa fascinación me llevó en volandas a mostrar un interés especial por todas las imágenes de Cristo crucificado, particularmente aquellas que luego veía por las calles de Salamanca a hombros de los cargadores en cada una de las procesiones.
Hasta que se construyó la iglesia de Fátima, la parroquia de quienes vivíamos en el barrio Garrido era San Juan de Sahagún, cuyo párroco, don Santos, mito viviente en aquella Salamanca de los años 50, era en cierto modo amigo de la familia debido a que uno de mis tíos, fallecido en los primeros años de esa década, también había sido párroco en distintas localidades de la diócesis salmantina. Aunque no tenía familiar alguno, ni cercano ni lejano, que fuera cofrade, mi ilusión era formar parte de la Hermandad del Cristo de las Batallas, que tenía allí su sede canónica; don Santos, a pesar del pretendido "enchufe", o tal vez gracias a él, impidió que desfilara en la procesión porque era muy pequeño y no tenía quien me acompañara y se hiciera cargo de mi durante la misma.
En la ilustración superior se puede observar la imagen del Cristo de las Batallas en el desfile procesional del año 45 del siglo pasado. Era obligado comenzar por esta imagen, en primer lugar por su antigüedad, ya que según la tradición es obra del siglo XI y la que ocupaba el altar de campaña del Cid Campeador, que trajo a Salamanca el primer obispo tras la restauración de la diócesis, don Jerónimo, a principios del siglo XII. En segundo lugar, por la devoción especial que desde aquellos ya muy lejanos tiempos deposité en la imagen titular de la que pudo ser mi Cofradía, desaparecida ya hace tiempo.
Recibe culto en el retablo, obra de Alberto de Churriguera, de la Capilla que lleva su nombre en la girola de la Catedral Nueva. En el mosaico fotográfico se aprecian las diferencias existentes provocadas en la restauración reciente de la imagen; la más evidente, la encarnación actual sin los repintes y cubriciones que lo habían transformado en una talla de color negro; también se aprecian diferencias notables en el paño de pureza así como en el rostro.
Hay que señalar que el original restaurado está en el Museo Catedralicio, exponiéndose una réplica en la Capilla.
La restauración se ha llevado a cabo, como señala la ilustración, entre 2009 y 2011 en los talleres Granda de Alcalá de Henares, que en esta composición muestra los resultados de la misma.
También de estilo románico es el Cristo de la Zarza que se venera en la iglesia de San Juan de Barbalos; cuenta una leyenda que apareció al tratar de arrancar una zarza los caballeros de la Orden del Hospital de Jerusalén cuando estaban erigiendo la iglesia.
Mide casi dos metros de altura y está labrada en madera de nogal, tallada solamente por la cara anterior y desbastada la posterior desde la espalda a los muslos; Cristo está sujeto a la cruz por cuatro clavos, como era norma en el románico, con los brazos prácticamente perpendiculares al cuerpo y paño de pureza hasta las rodillas. Da la impresión de que en algún momento ostentó una corona.
Según los expertos, la policromía no es la original, como tampoco lo es la cruz de madera.
La iglesia de San Cristóbal está situada en territorio repoblado por los toreses, cerca de la Puerta de Sancti Spiritus de la denominada Cerca Nueva, y fue fundada por la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén en el siglo XII.
Allí se custodia un Crucificado románico conocido como Cristo de los Carboneros, también de casi dos metros de altura y madera policromada; Cristo está sujeto a la cruz por cuatro clavos, tiene los ojos cerrados y el rostro sereno. Con larga melena sobre los hombros, al igual que el Cristo de la Zarza también parece haber estado coronado; el paño de pureza anudado en el centro llega igualmente hasta las rodillas.
Los expertos datan esta talla a principios del siglo XIII.
Desde que despareció la Cofradía de Excombatientes y, por consiguiente, dejó de desfilar el Cristo de la Batallas, este Crucificado de la Agonía Redentora es la imagen más antigua de cuantas salen en procesión en la Semana Santa de Salamanca.
Obra anónima del siglo XVI, algunos expertos lo atribuyen a Juan de Balmaseda; Cristo aparece ya muerto, traspasado por la lanza y con los ojos y boca entreabiertos, impresionando su expresividad y patetismo. Una particularidad es que no tiene barba; el pelo postizo y el paño de pureza no son los originales.
Procede del convento de las Isabeles, de donde salió en 1836 para evitar el pillaje o la ruina como consecuencia de las medidas desamortizadoras que obligaron a las monjas a abandonar su convento.
En el retablo mayor de la capilla de la Orden Tercera de San Francisco, los capuchinos, se venera este extraordinario Crucificado, el Stmo. Cristo de la Agonía, cuyo autor es el salmantino Bernardo Pérez de Robles, que realizó esta talla cuando residía en Lima, probablemente entre 1644 y 1670. De regreso en Salamanca fue hermano terciario, junto con su esposa, y donó esta imagen a la Orden Tercera en julio de 1672.
Desde la fundación en 1926 de la cofradía de la que es titular, esta imagen procesionó sin interrupción hasta 1975, en que debido al deterioro que sufría fue sustituida por otra de Damián Villar.
Esta ilustración del Stmo. Cristo del Perdón corresponde al cartel anunciador de su procesión en 2012. Desde 1945, año en que se funda su propia cofradía como filial de la Hermandad del Cristo de la Agonía, hasta 1959, este Crucificado del siglo XVII, obra también de Bernardo Pérez de Robles, salió en su desfile procesional desde el convento cistersiense de las Madres Bernardas situado en el Paseo Canalejas. El traslado del convento al Camino de las Aguas trajo como consecuencia que la salida procesional se trasladara al convento de San Esteban, así como que la imagen titular fuera sustituida por otra del imaginero Damián Villar.
Pérez de Robles representó a Cristo en el momento previo a su muerte, mirando al cielo; destaca sobremanera la cuidada policromía y, fundamentalmente, lo detallado de su anatomía.
Debido a la crisis general que sacudió a prácticamente todas las cofradías salmantinas, en 1971 dejó de salir a la calle; unos años más tarde, en 1986, tras la incorporación de la mujer como cofrade, inició una segunda etapa recuperando su imagen titular, al tiempo que se facilitó la salida por la angosta puerta de las Bernardas con la colocación en unas andas adecuadas en plano inclinado. Desde 2009 ha recuperado la posición vertical en un nuevo paso de madera de haya con carga interior.
En estas ilustraciones vemos el Crucificado realizado por Damián Villar en 1959 para sustituir al Cristo del Perdón; cuando en 1975 se deniega el permiso para sacar en procesión la talla del Cristo de la Agonía de los capuchinos, definitivamente éste pasa a ser la imagen titular de la Cofradía en su salida desde el convento de las Úrsulas.
En su testamento, Bernardo Pérez de Robles lega varias imágenes, entre otras, de Cristo crucificado; el Stmo. Cristo del Amparo, titular que fue de una hermandad penitencial fundada por médicos que tenía su sede en la parroquia del Carmen de Arriba, el antiguo Colegio de San Elías de carmelitas descalzos, bien podría ser una de dichas imágenes o bien podría ser obra de un discípulo aventajado del maestro salmantino.
Su representación de Cristo todavía vivo, con la mirada elevada al cielo, así como el elaborado paño de pureza que recuerda las obras de Martínez Montañés, facilita que algunos expertos lo incluyan como trabajo de Pérez de Robles o de su círculo más inmediato.
Un profano en Historia del Arte como soy yo diría que este Cristo de la Expiración guarda similitudes asombrosas con el Cristo del Amparo y, por tanto, con los Crucificados de Pérez de Robles.
Recibe culto en la Clerecía, en el retablo de una capilla lateral realizado por Manuel de Saldaña el Joven en 1690. La información colocada en la misma capilla, así como la de otras publicaciones, señala que el Cristo es obra de Pedro López Reinaldo.
Este Crucificado no desfila procesionalmente, aunque sí lo hace una imagen de la Dolorosa que le acompaña en el altar, conocida actualmente como Nuestra Señora de la Sabiduría, titular junto al Cristo de la Luz de la Hermandad Universitaria.
En el brazo del crucero del lado del evangelio de la iglesia de la Clerecía se custodia un Crucificado que el toresano Esteban de Rueda realizó hacia 1620; la cruz no es la original, sino que fue tallada a mediados del siglo pasado. Esta imagen había sido atribuida a Pedro López Reinaldo y fechada a finales del siglo XVII hasta que en la exposición de las Edades del Hombre celebrada en la catedral de Ciudad Rodrigo se documentó con la autoría y fecha señaladas anteriormente.
Es la imagen titular de la Cofradía Universitaria con la denominación de Stmo. Cristo de la Luz, al que acompaña, como se mencionó antes, la Dolorosa concebida como imagen de altar, que probablemente formó parte de un Calvario, denominada Nuestra Señora de la Sabiduría.
En la Capilla de la Vera Cruz recibe habitualmente culto este Crucificado con la denominación Stmo. Cristo de los Doctrinos, que debe a su procedencia del desaparecido Colegio de Niños de la Doctrina; desde 1779 pertenece a la cofradía de la Vera Cruz, cuya fundación se remonta a 1506.
Es una obra anónima de finales del siglo XVII o principios del XVIII, que algunos expertos atribuyen al círculo de Bernardo Pérez de Robles. Representa a Cristo ya muerto, con la cabeza inclinada hacia el lado derecho y los brazos en posición sensiblemente horizontal. El paño de pureza se cruza en aspa en la parte delantera, enrollado y anudado en ambas caderas.
Sale en procesión el Lunes Santo en paso propio y en la procesión del Santo Entierro, el Viernes Santo, formando parte del paso del Calvario.
Una de las imágenes titulares de la Hermandad Dominicana es el Stmo. Cristo de la Buena Muerte, talla anónima del siglo XVII y tamaño inferior al natural; representa a Cristo ya muerto, con la cabeza reclinada sobre su lado derecho. La cruz es de tipo arbóreo y presenta cantoneras y la cartela con el INRI en metal dorado; fue estrenada en 2001.
Esta imagen es propiedad de los dominicos y recibe culto en el Convento de San Esteban, sede canónica igualmente de la Hermandad.
Al mediodía del Viernes Santo se celebra el Acto del Descendimiento. Un Cristo articulado es desenclavado de la cruz y colocado en una urna, obra anónima del último cuarto del siglo XVII, realizada en madera de ébano y carey, con ventanas laterales que permiten ver el interior, que constituye el paso principal en la procesión vespertina del Santo Entierro.
El grupo escultórico del Descendimiento data de 1615, primer año que se celebró; está formado por la imagen de Cristo Nuestro Bien, obra de Pedro Hernández, los dos ladrones Dimas y Gestas, obra de Antonio de Paz, la Virgen y San Juan, ambas anónimas.
Tanto la imagen de Cristo como la de ambos ladrones tienen brazos articulados.
En la capilla mayor de la iglesia de San Juan de Sahagún se venera este Crucificado, Nuestro Padre Jesús del Consuelo, que desfilaba procesionalmente junto al Cristo de las Batallas y una imagen de Nuestra Madre del Gran Dolor con la cofradía de excombatientes.
La sacristía del convento de San Esteban, construida en el siglo XVII, está presidida por un Crucificado conocido como Jesús de la Promesa.
En 1948 se funda una cofradía filial de la Hermandad Dominicana, la Hermandad de Penitencia de Nuestro Padre Jesús de la Promesa, que salía en procesión los Lunes Santo acompañada por la Orden Tercera de Santo Domingo y la Cofradía del Santo Rosario. Desapareció, junto con otras ya mencionadas, en los años 70 como consecuencia de la aguda crisis que sufrió toda la Semana Santa salmantina en general.
De estos tres Crucificados no tengo noticia que hayan salido en procesión alguna; el de la ilustración superior recibe culto en San Juan de Sahagún, iglesia consagrada en 1896, que fue construida sobre el solar que ocupó la iglesia románica de San Mateo, una de las que surgió tras la repoblación en el siglo XII. En su cercanía también desparecieron otras dos parroquias, las de Santa Eulalia y San Boal, cuyas obras artísticas pasaron a recibir culto aquí.
En la ilustración central un Crucificado de la iglesia de la Santísima Trinidad; del convento de Trinitarios Descalzos solamente se conserva la fachada, que hoy forma parte del edificio de los Juzgados, y la iglesia, consagrada en 1666, en cuyo retablo se venera en la actualidad la imagen de Jesús Rescatado. Como está cercana a la desparecida parroquia de San Polo o San Pablo, sus servicios religiosos se trasladaron a esta iglesia.
En la ilustración inferior el Stmo. Cristo del Perdón, talla de fines del siglo XVI o comienzos del XVII, que recibe culto en el altar mayor de la iglesia de los Carmelitas Descalzos; en este solar hubo una iglesia románica dedicada a Santa María Magdalena, que perteneció a la Orden Militar de Calatrava y más tarde, por concesión de Alfonso IX en 1219, a la Orden de Alcántara. La iglesia fue reedificada en 1796 por Jerónimo García de Quiñones, pasando a depender de los Carmelitas Descalzos a partir de 1894. Fue luego totalmente restaurada en 1917.
Antes de finalizar quería dejar también una muestra de algunos Crucificados formando parte de un Calvario; el de más arriba preside el retablo de la Capilla Dorada en la Catedral Nueva. El fundador de la misma fue el arcediano de Alba Francisco Sánchez de Palenzuela, que dispuso en su testamento el repertorio iconográfico de los más de cien santos efigiados en las repisas que cubren las paredes. Tiene coro y sacristía propias, así como cripta; destacan los arcosolios con sepulcros, entre los que sobresale el del fundador con estatua yacente; el altar está cubierto por cerámica de Talavera.
El Calvario de la ilustración inferior se encuentra en una capilla-hornacina lateral en San Esteban, que está decorada con pinturas murales que representan escenas de la Pasión. Todas estas capillas están cerradas por rejas fabricadas en el primer tercio del siglo XVIII.
Como colofón, la Cruz de guía de la Cofradía de la Oración en el Huerto de los Olivos en representación de estas insignias que abren los cortejos procesionales.
Hay otras imágenes de Crucificados a las que también podía haber hecho referencia, tales como el Cristo del Amor y de la Paz, titular de la Hermandad del mismo nombre, obra anónima del siglo XVII que se venera en la iglesia vieja del Arrabal, o el Cristo de los Milagros, del siglo XV, que procede del desaparecido convento de Santa Ana, entre otros, pero la última ilustración presenta un Crucificado que no recuerdo exactamente en qué iglesia recibe culto; es posible que en las Esclavas del Sagrado Corazón de la calle Azafranal o en la iglesia del Corpus Christi en la Ronda del Corpus. Como tampoco conozco ni su datación ni su autor, se podría decir que es el más "anónimo" de todos a los que me he referido en esta entrada, lo que me da la oportunidad de finalizar con algunos de los mejores versos en lengua castellana, el Soneto a Jesús Crucificado, anónimo del siglo XVI.
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que me dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Fuentes.-
Guía artística de Salamanca. RODRÍGUEZ G. DE CEBALLOS, A. Ed. Lancia. 2005
El arte románico en Salamanca. MARTÍNEZ FRÍAS, JM. La Gaceta Regional de Salamanca.
http://www.semanasantasalamanca.es/
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