Alba de Tormes

Alba de Tormes
Vista de Alba de Tormes. Anton van den Wyngaerde, 1570.

jueves, 19 de noviembre de 2015

UN VIAJERO IMAGINARIO POR LOS ARRABALES DE ZAMORA

Todas las entradas, hasta ahora, se han basado en un acontecimiento de la vida real, como fueron los encuentros con compañeros de bachillerato y con amigos entusiastas del patrimonio románico, las visitas a diferentes iglesias y museos, los paseos por la ciudad, ... Es el momento de iniciar una nueva aventura en el mundo imaginario de lo que pudo haber sido pero todavía no fue.
Voy a soñar esta aventura junto a un compañero que puede aparecer en cualquier momento, pero que aún no ha alcanzado en su caminar la meta parcial que supondrá para él llegar a las inmediaciones de Zamora; viene recorriendo la Vía de la Plata desde Mérida, la antigua Emerita Augusta capital de la Lusitania, hasta Astorga, la Asturica Augusta capital del Conventus Asturum
Le estaré esperando junto al cementerio de San Atilano, cuya cerca se construyó con los sillares provenientes de la desaparecida iglesia románica de San Simón; no sé si es casualidad o algún erudito lo tuvo en cuenta cuando se instaló la Puerta del Pescado en una rotonda de nueva construcción, volviendo así a acercar las piedras que tan próximas estuvieron en los siglos medievales y modernos.


Aunque está cansado de la marcha que le ha traído hasta aquí, el espíritu inquieto del amigo viajero, ávido de conocimientos nuevos para ampliar su experiencia vital, propicia la oportunidad de iniciar mi actividad como guía ocasional.
Allá por los albores del siglo X había en este lugar un Hospital, de nombre San Vicente de Cornú, al que llegó San Atilano siendo ya noche cerrada cuando regresaba de su peregrinación tras arrojar al Duero su anillo episcopal. Atendido al día siguiente por quienes se ocupaban del hospedaje, le obsequiaron con un pez que, al ser abierto, mostró en sus entrañas el anillo; al instante, las prendas de peregrino se mudaron milagrosamente en vestiduras episcopales, mientras las campanas de la ciudad anunciaban por sí solas la buena nueva de su regreso.


San Atilano fue el primer obispo de Zamora; compañero de San Froilán por los montes bercianos, ambos son requeridos por Alfonso III para que funden cenobios como fuerza colonizadora y repobladora en las tierras fronterizas del reino astur.
Así lo hacen en Tábara y Moreruela durante los últimos años del siglo IX; su fama creciente de santidad les llevó a alcanzar la dignidad episcopal el día de Pentecostés del año 900. Froilán será nombrado obispo de León y Atilano iniciará la lista de prelados de la sede zamorana; el territorio diocesano se integrará en gran medida en el de Astorga, y lo poco restante entre Braga y Salamanca, el año 986. No será hasta el siglo XII cuando Zamora vuelva a ser diócesis independiente, concretamente en 1121 con Bernardo de Perigord.


No lejos de la zona en que nos encontramos el dibujante paisajista flamenco Anton van den Wyngaerde plasmaría su vista de la ciudad. En primer plano, el monasterio de San Jerónimo, iniciado en 1535, del que solamente queda in situ parte de la cerca y pocos restos más. Después de ser desamortizado fue sede de un Estudio General y Academia de Ingenieros militares.


En este detalle más próximo de la vista se aprecia mejor la gran extensión que ocupaba el recinto monástico, así como las dimensiones de su iglesia, más propias de una catedral.
Varias de sus columnas y una puerta con arco de medio punto adornan hoy día el Parque del Castillo, en las inmediaciones de la catedral, donde se da culto a la extraordinaria imagen del Cristo de las Injurias, tal vez componente de un Calvario que rematara el retablo de la iglesia del monasterio.




Muy cerca, en el arrabal al que da nombre, se encuentra la iglesia del Santo Sepulcro, edificada en el siglo XII, que formó parte de un conjunto monacal perteneciente a dicha Orden; cuando ésta se extinguió a finales del siglo XV, pasó a depender de la Orden del Hospital, hasta que, a finales del siglo XIX se agregó como filial a la abadía de San Frontis.



Una vez que mi amigo viajero ha recuperado el resuello mientras le comentaba estas cuestiones, es momento de seguir hacia el norte en dirección al río y adentrarnos en el arrabal de Cabañales, que recibe dicho nombre de los montones de leña que se apilaban aquí. Pronto encontraremos a nuestra derecha la tapia del convento de las Madres Dominicas Dueñas, en terrenos que antes ocuparon clarisas franciscanas del monasterio de Santa Isabel.


El convento actual se concibió en el siglo XVI como Hospital, promovido por el comendador Fernando de Porras, pero fue donado a las dominicas antes de finalizar las obras. Su nombre completo es Convento de Santa María la Real de las Dueñas.
Su origen se remonta al siglo XII, cuando un grupo de viudas, esposas e hijas de caballeros que parten a la guerra contra los sarracenos se acogen en un beaterio cercano a la iglesia de Santa María la Nueva, junto a la muralla, bajo la Regla de San Agustín. A mediados del siglo XIII piden estar también bajo las constituciones de los Predicadores y se instalan, ya como monasterio, en terrenos que adquieren en el arrabal de San Frontis. Su afán por independizarse del poder episcopal les acarreará una persecución severa por parte de Don Suero, obispo de la diócesis, que generará profundas tensiones, pero acabará felizmente para las Dueñas hacia 1300.




En la portada principal, sobre el alfiz, escudos con las armas de los Porras flanquean una hornacina con la Anunciación y el escudo de la Orden de Predicadores.


Alcanzamos el cauce del Duero frente al Puente de Piedra; en este detalle de la vista de Wyngaerde se aprecian claramente las torres que defendían el mismo y el pretil almenado, así como el convento de San Francisco, también majestuoso.
En la otra orilla están remarcadas la iglesia de San Simón y la Puerta del Pescado, antes mencionadas. Esta última comunicaba por el oeste el tercer recinto amurallado con las Peñas de Santa Marta y el arrabal de Olivares.


A finales del siglo XII se produjeron una serie de cambios notables en la sociedad europea que afectaron, lógicamente, también a la Iglesia; en el seno de ésta surgen movimientos que aspiran a implantar una pobreza más próxima a las enseñanzas evangélicas y a la imitación de Cristo. Respondiendo a estas necesidades de cambio, en las primeras décadas del siglo XIII se fundan las Órdenes Mendicantes, franciscanos y dominicos.
Los conjuntos monásticos habían buscado el aislamiento necesario que permitiera cumplir a los monjes los preceptos de la Regla benedictina, el ora et labora. A partir de ahora, en las nuevas Órdenes, el monasterio se convertirá en convento y los monjes en hermanos o frailes, la pobreza no sólo obligará individualmente sino también de forma colectiva, se buscará la cercanía de las ciudades y el hermano se dedicará a una labor pastoral tras formación teológica adecuada.


San Francisco de Asís recibe la Regla de su Orden de Frailes Menores por bula pontificia de Honorio III en 1123, aunque todo parece indicar que lo que el santo buscaba no era fundar una nueva orden, sino implantar un movimiento religioso en el seno de toda la Iglesia basado en la pobreza evangélica.
A mediados de ese siglo XIII los franciscanos se establecen junto a la ermita extramuros de Santa Catalina y unos años más tarde levantan su convento en el solar actual. En el siglo XVI se realizan diversas reformas y nuevas obras en el convento e iglesia, cuyos restos aún podemos contemplar, como el ábside o las capillas laterales de los Ocampo y los Escalante, hoy dedicadas a salón de actos y sala de reuniones, respectivamente, o la capilla funeraria del Deán, obra de Gil de Hontañón, actual sala de exposiciones.  



En el exterior, junto a una puerta de la fachada norte, monumento al primer rey de Portugal, donado a la ciudad con motivo del 850 aniversario del Tratado de Zamora que establecía la independencia del nuevo reino.
Tras la realización de las obras necesarias a cargo del arquitecto Manuel de las Casas, en octubre de 1998 el antiguo convento de San Francisco se convierte en sede de la Fundación Hispano-Portuguesa Rey Afonso Henriques.



Antes de cruzar el Duero seguimos por la avenida del Nazareno de San Frontis, en la margen izquierda del río, para poder disfrutar del espigón rocoso donde se asentaron los primeros pobladores de la ciudad, hoy dominado por la catedral al oeste y San Ildefonso al este.
Aquí se ha emplazado un monumento moderno que hace mención al milagro ya relatado del hallazgo por parte de San Atilano de su anillo en las entrañas de un pez. Al fondo, las Peñas de Santa Marta, la catedral, las aceñas de Olivares y la espadaña de San Claudio.



Entre los arrabales de Cabañales y San Frontis existió una iglesia dedicada a San Lorenzo de la que se conocen referencias documentales ya en el siglo XII; a mediados del siguiente siglo había una puebla en su entorno y aparece ligada a la Orden del Hospital como encomienda.
Existen también referencias de una ermita conocida como San Lorenzo de los Racioneros situada al final del Puente Viejo, que pertenecía a quienes tenían rentas eclesiásticas. De igual forma se menciona una ermita de la Santa Cruz o del Santo Cristo, ya de finales del siglo XVI, entre el final de la calle Fermoselle y el Camino de San Jerónimo, por tanto a escasos 100 metros de la anterior.
Los restos del Puente Viejo, seguramente romano en origen y reformado ya en época medieval, permanecen visibles tras su derrumbe, posiblemente, a finales del primer milenio.


Tal como se aprecia en esta maqueta, expuesta en su día en las aceñas de Olivares, su tablero sería rehabilitado temporalmente en madera y serviría de paso a los viajeros y peregrinos que desde el sur accedían a la ciudad, al menos, hasta la construcción del Puente de Piedra a mediados del siglo XII, aunque hay quien piensa que ambos siguieron utilizándose al tiempo hasta la ruina definitiva de aquel en 1310.



En 2005 se inauguraron unos bolardos en hierro y bronce que representan las catorce Estaciones del Vía Crucis, obra del escultor zamorano Ricardo Flecha, distribuidos a lo largo de la avenida del Nazareno de San Frontis. Cada martes santo, cuando ya la Esperanza se va a recoger en el convento de las Dueñas, ante cada uno de ellos se reza la Estación correspondiente por los cofrades y acompañantes del Nazareno en su regreso a la iglesia de San Frontis.



Siguiendo camino hacia el puente de reciente construcción, las imágenes de la catedral siguen siendo majestuosas.



Antes de volver hacia el arrabal de San Frontis hay que disfrutar con la vista de las murallas y del Castillo, con el arrabal de Olivares y sus aceñas, desde el suroeste de la ciudad.


Esta iglesia de San Frontis fue alberguería en origen, edificada por orden de un canónigo de la catedral  de origen franco llamado Aldovino hacia 1200.
Formada por dos naves, la del norte tiene cabecera poligonal reforzada con contrafuertes; sustentan la cornisa canecillos muy deteriorados. La nave meridional fue añadida en la primera mitad del siglo XVII.





Volvemos por la avenida del Nazareno hasta las inmediaciones del Puente de Piedra  para cruzar por él a la margen derecha del Duero, . Las primeras noticias documentales de su existencia se remontan a 1167.
Mientras cruzamos, además de contemplar todo el sur de la ciudad, también podemos ver aguas arriba las aceñas de Cabañales.




Ya en la margen derecha del río, las fotografías superiores nos permiten apreciar las diferencias de aspecto y las transformaciones sufridas por el Puente de Piedra en los poco más de cien años que separan las respectivas ilustraciones.


Antes de adentrarnos en el casco antiguo conviene visitar el arrabal de Olivares; lo primero que vamos a encontrar son las aceñas, totalmente reconstruidas, actualmente propiedad del Ayuntamiento, pero en poder del cabildo catedralicio al menos desde el siglo XII y  hasta la desamortización de Mendizábal. Son citadas ya en un documento de mediados del siglo X, por el que Ramiro II las dona al monasterio de Sahagún.
Fueron molinos harineros en origen, pero a partir del siglo XV se usaron también como pisones para abatanar la lana y como martillos pilones para la forja del hierro; utilizaban el agua como fuerza motriz para mover los mecanismos propios de su función.


Inauguradas después de su restauración en 2008, una se utiliza como recepción de visitantes; en las otras tres, denominadas "la primera", "la manca" y "la rubisca",  se han ubicado un martillo pilón, un batán y un molino, respectivamente, en el piso inferior, mientras el superior se dedica a exposiciones relacionadas con el agua, los recursos económicos que aporta el río o el organigrama social y la vida en la Zamora medieval, entre otros motivos.



Aspecto de las ruedas de moler y de los mecanismos utilizados en las faenas propias del trabajo realizado antiguamente en las aceñas, que se pueden apreciar durante la visita y el recorrido por sus instalaciones.


Se ha mantenido incrustado en uno de los tajamares el escudo del cabildo, el Agnus Dei o Cordero Místico, que proclamaba la propiedad de las aceñas.


A escasos cien metros de las aceñas se encuentra la iglesia de San Claudio, construida en la primera mitad del siglo XII; es de una sola nave, con ábside ultrasemicircular y tramo recto presbiteral.
La espadaña de ladrillo a los pies del templo fue levantada en 1910, cuando se realizaron importantes obras de rehabilitación, principalmente en la fachada meridional y en el hastial occidental.



Lo más interesante del exterior es la portada septentrional, cobijada por tejaroz sostenido por canecillos decorados con cabezas humanas.
Presenta un arco de medio punto y tres arquivoltas protegidas por una moldura a base de palmetas. La arquivolta exterior está decorada con animales reales y fantásticos, la central con adornos vegetales y la interior, posiblemente la más interesante, con un mensario entre dos figuras de leones; muy deteriorado, en cada dovela se representan las labores propias de cada uno de los meses del año.
El arco, por su parte, tiene las dovelas lisas, en la clave se representa el Agnus Dei y a la izquierda figura una inscripción fechada en 1259.


Las bóvedas de la Capilla Mayor están completamente restauradas; en el ábside, entre dos impostas taqueadas, hay tres ventanas abocinadas.
La imposta superior se prolonga en el tramo recto del presbiterio, donde encontramos los mejores, tal vez, capiteles románicos de la capital.



La temática de los capiteles historiados es muy variada; entre otras representaciones podemos apreciar centauros de ambos sexos armados con lanza y arco, arpías, leones, sirenas o Sansón desquijarando el león.


Recibe culto el Cristo del Amparo, crucificado de la primera mitad del siglo XVII, titular de la Hermandad de Penitencia que desfila la noche del miércoles santo, la popularísima procesión de las capas pardas.



En la zona denominada Las Eras, un poco más al norte, muy cerca del Castillo, la pequeña iglesia de Santiago el Viejo o Santiago de los Caballeros; según el Romancero, en ella fue armado caballero el Cid.
Citada ya en documentos de 1168, se supone construida a finales del siglo XI o en la primera mitad del XII. Como la de San Claudio, es de una sola nave y ábside semicircular precedido de tramo presbiteral recto; está realizada con sillares muy irregulares y mampostería, lo que demuestra, según los expertos, que ha sido rehabilitada en numerosas ocasiones. Es evidente el recrecido en mampostería del ábside y de la nave, que eliminó el alero original.


En el ábside se abre una saetera abocinada al exterior; se cubre con bóveda de horno, que es evidente no es la original, y lleva una imposta taqueada y zócalo en resalte.
Lo más destacado es el arco triunfal, concebido como una portada; las tres arquivoltas de medio punto descansan en columnas acodilladas con capiteles historiados.


Los capiteles del lado del Evangelio están decorados con elementos vegetales, un hombre y una mujer desnudos abrazados por una serpiente y un hombre y una mujer vestidos y con brazos cruzados junto a cuadrúpedos afrontados, respectivamente, lo que hace pensar en el jardín del Edén, el pecado original y Adán y Eva tras la caída, ya fuera del Paraíso.


Los capiteles del lado de la Epístola se decoran con dos felinos de melena rizada entre tallos vegetales, dos aves afrontadas junto a una mujer exhibicionista (otros consideran que se trata de un varón) y tres grandes cuadrúpedos, quizás leones, respectivamente.
Todos los capiteles de uno y otro lado tienen cimacios muy decorados con motivos vegetales.



En el cuerpo de la nave se conservan dos pilastras con semicolumnas que rematan en capiteles figurados y debieron sostener en su día un arco fajón; uno de los capiteles está decorado con personajes y leones amarrados por sogas y el otro, en el muro sur, con un jinete y numerosas figuras en diversas actitudes que forman una composición abigarrada de difícil interpretación.
También en esta ocasión destacan los cimacios decorados con palmetas enmarcadas en círculos y con cabezas animales en los ángulos.



Cerca del Campo de la Verdad, donde según el Romancero se enfrentaron al castellano Diego Ordóñez los hijos de Arias Gonzalo para salvar el honor de la ciudad, estuvo ubicado el convento de Santa Clara de los Arenales, señalado con la letra M en la vista de Wyngaerde.
Junto a la puerta de entrada a una finca particular que hoy se asienta en el solar del antiguo convento, una cruz señala el lugar donde, según la tradición, fue herido de muerte el rey castellano Sancho II.



Dejando atrás Olivares y Las Eras/Arenales para acercarnos al arrabal del Espíritu Santo tenemos una magnífica vista del castillo y de la puerta de Santa Colomba, una de las conservadas en el Primer Recinto amurallado.



La iglesia del arrabal del Espíritu Santo fue fundada por un maestro de música catedralicio y deán de nombre Juan y consagrada en 1211 por Martín, obispo de Zamora, Arnaldo, obispo de Coria, y un obispo portugués, según el acta que se conserva en el Archivo Diocesano.
Años más tarde, Alfonso IX la acogió bajo su protección, igual que el hospital que hubo junto a ella; seguramente sería iglesia abacial con un pequeño cabildo de canónigos regulares.
Es de una sola nave; la capilla Mayor tiene menor anchura y altura que la nave y se ilumina mediante un rosetón de seis pétalos decorados con bolas rodeando un círculo, igual que los de la iglesia de Santiago del Burgo.




Debió ser durante el siglo X cuando surgió el arrabal de la Vega o San Marcos, quizás también conocido como Puebla de Olleros, paralelo a la muralla y junto al antiguo cauce del río Valderaduey; allí, en torno a la iglesia de San Marcos, hoy ermita de los Remedios, estarían ubicadas las tenerías mozárabes.
Nuestra Señora de los Remedios, antes de los Olleros, según afirma la tradición, era el lugar donde santo Domingo de Guzmán celebraba misa mientras se levantaba el convento de Predicadores en el primer cuarto del siglo XIII; cada semana encontraba allí lo necesario para continuar con las obras, motivo del cambio de advocación del templo.
El hastial de poniente acoge el porche de entrada y remata en espadaña levantada a mediados del siglo XIX; en la última restauración se ha actuado sobre el nivel del suelo, recobrando el primitivo, así como sobre el muro meridional, en el que se aprecia una puerta, hoy cegada, con arco de medio punto doblado y la cornisa de las naves sustentada por canecillos de nacela y bocel, muy característicos en el románico zamorano.





Muy cerca, frente a lo que se conoce como Sillón de la Reina, junto a la Peña Tajada del Romancero, están los restos de la ermita de Santa María de la Vega, hasta hace bien poco tiempo ocultos, hoy recuperados al construir un nuevo bloque de viviendas.




Junto al Bosque de Valorio se ubicaba el Cementerio Judío, donado por los Reyes Católicos al convento de Predicadores en 1492, una vez se materializó la expulsión.
Parece que a partir del siglo XII se asentó en las inmediaciones un importante número de familias judías; toda esta zona, en el siglo XVI, sufrió una despoblación importante, como atestigua la advocación de Virgen del Yermo que recibe la imagen que se venera en el cercano templo de San Lázaro.





Muy cerca de lo que fue Puerta de San Torcaz o San Torcuato, en el segundo recinto amurallado, se levantaba la ermita de Nuestra Señora del Camino, derribada por necesidades urbanísticas y reedificada en los años sesenta del siglo pasado entre bloques de viviendas junto a la actual Plaza de Alemania.
Hoy presenta una nave trapezoidal precedida de un atrio cerrado y sacristía adosada al testero. En la fachada principal, bajo la espadaña, han sido reubicados cinco canecillos románicos procedentes del antiguo templo.
También, en el atrio, un lucillo sepulcral formado por dos arcos de medio punto sostenidos por columnas triples con capiteles vegetales, que hace las veces de ventana, así como un epitafio en el muro derecho.
Como curiosidad, encima de la puerta de acceso al interior está colocada una gran serpiente, fuente de numerosas leyendas sobre su procedencia y captura, aunque bien podría tratarse del exvoto de algún indiano.






Cruz del Rey Don Sancho.
Al norte de la ciudad, al borde de la carretera que conduce a La Hiniesta, señala el lugar donde estaba instalado el campamento castellano; allí falleció Sancho II tras ser trasladado desde el lugar donde fue herido por Bellido Dolfos muy cerca del Campo de la Verdad.
Es un monolito en forma de paralelepípedo de sección rectangular que se va estrechando hasta rematar en una cruz griega.
Cada año, el lunes de Pentecostés, los romeros que se dirigen a La Hiniesta acompañando a la Virgen de la Concha rezan aquí un responso en memoria del rey castellano.





Para finalizar nuestro recorrido por los arrabales de Zamora dejar constancia del convento de San Benito, del que no queda resto alguno, al oriente; está señalado con la Z en la vista de Wyngaerde, frente a la Puerta de San Pablo del segundo recinto amurallado.
Aunque según la tradición la bendita Cruz de Carne le fue entregada al fraile benedictino Ruperto cuando cuidaba la ermita de San Miguel a mediados del siglo XIV, dicha reliquia se custodiaba en el convento citado hasta la desamortización de 1835, en que fue trasladada a la Catedral, tras un pequeño paréntesis a finales del siglo XVI en que la orden benedictina decidió que fuera llevada al convento de San Benito el Real de Valladolid, de donde regresó de forma milagrosa.

Ha sido una jornada intensa y, antes de mostrar a nuestro amigo viajero el interior de cada uno de los recintos amurallados, se impone un merecido descanso. Ya habrá tiempo en los días venideros de paladear las distintas callejuelas, rúas y plazuelas del casco antiguo, deteniéndonos sólo lo preciso para que el recorrido no se haga interminable, dado lo mucho y bueno que cualquier visitante no se debería perder.



FUENTES.-
  
- Por la catedral, iglesias y ermitas de la ciudad de Zamora. RIVERA DE LAS HERAS, J.A.
  Edilesa, 1ª edición. 2001
- Todo el Románico de Zamora. Fundación Santa María La Real. Aguilar de Campoo, 2010.
- FERRERO FERRERO, F. La configuración urbana de Zamora durante la época románica.
  Studia Zamorensia. ISSN 0214. Nº 8. 2008
- CABAÑAS VÁZQUEZ, C. Las huellas del tiempo en el plano de Zamora. 
   Ayuntamiento de Zamora 2002