La Asociación de Antiguos Alumnos Salesianos de Salamanca organiza año tras año la Fiesta de la Unión y Bodas de Oro y Plata. Todos aquellos que habíamos estudiado el Preuniversitario durante el curso 1968-69 fuimos convocados a celebrar las Bodas de Plata el 1 de mayo de 1994, acudiendo a la llamada un grupo numeroso.
Pasó quizás demasiado tiempo, pero gracias al esfuerzo y empeño de Eladio, conseguimos volver a reunirnos quince años después, aprovechando otra fecha "redonda", los 40 años de la finalización de nuestros estudios en el Colegio.
A partir de ese 2009 hemos logrado, al menos una vez por año, volvernos a encontrar en distintos lugares: así, en 2010, la reunión fue en Zamora y Toro, en 2011 acudimos el mes de junio a San Pedro de la Nave y San Vitero, en 2012, el mes de febrero recogimos en la bodega Liberalia de Toro el vino que teníamos encargado y en noviembre visitamos la Sierra de Francia, en 2013 fue el turno de Granja de Moreruela y Lagunas de Villafáfila, luego Alba de Tormes, las Edades del Hombre en Toro y, finalmente, el año pasado y este 2018 Pilar y Ventura nos han acogido en su casa del valle y comarca de La Vera, en Extremadura.
Fue a finales de marzo del año pasado cuando un grupo no muy numeroso tuvimos la oportunidad de saborear y disfrutar la excelente y cariñosa acogida que nos dispensaron Pilar y Ventura, magníficos anfitriones durante todo el fin de semana.
Habíamos partido de nuestros respectivos lugares de origen la mañana del viernes 23 de marzo; gracias a las nuevas tecnologías no fue difícil entablar contacto, ponernos de acuerdo para comer en Hervás y dirigirnos posteriormente a Granadilla con el fin de visitar esta hermosa localidad, declarada Conjunto monumental Histórico Artístico en 1980.
Un cuarto de siglo antes, en 1955, se había expropiado todo el término municipal, al intuir que podría quedar cubierto por las aguas del proyectado embalse de Gabriel y Galán.
Recorrer pausadamente las murallas, pasear por las calles desiertas, admirar las antiguas viviendas y visitar el interior del castillo nos trajeron a la memoria recuerdos de adolescencia en los pueblos donde nacimos o donde tuvimos familiares y en los que pasamos largas temporadas, sobre todo durante las vacaciones de verano.
Fue a finales de marzo del año pasado cuando un grupo no muy numeroso tuvimos la oportunidad de saborear y disfrutar la excelente y cariñosa acogida que nos dispensaron Pilar y Ventura, magníficos anfitriones durante todo el fin de semana.
Habíamos partido de nuestros respectivos lugares de origen la mañana del viernes 23 de marzo; gracias a las nuevas tecnologías no fue difícil entablar contacto, ponernos de acuerdo para comer en Hervás y dirigirnos posteriormente a Granadilla con el fin de visitar esta hermosa localidad, declarada Conjunto monumental Histórico Artístico en 1980.
Un cuarto de siglo antes, en 1955, se había expropiado todo el término municipal, al intuir que podría quedar cubierto por las aguas del proyectado embalse de Gabriel y Galán.
Recorrer pausadamente las murallas, pasear por las calles desiertas, admirar las antiguas viviendas y visitar el interior del castillo nos trajeron a la memoria recuerdos de adolescencia en los pueblos donde nacimos o donde tuvimos familiares y en los que pasamos largas temporadas, sobre todo durante las vacaciones de verano.
En la Plaza Mayor encontramos una casa con placa adosada para perpetuar la memoria del poeta salmantino, natural de Frades de la Sierra, Gabriel y Galán; está dedicada por sus hermanos políticos Cruz y María, tal y como se puede leer en la misma.
Caía ya definitivamente la tarde y ganaba su batalla diaria la oscuridad, a pesar de los intentos de Eladio dirigiendo con maestría y rapidez el grupo de coches, cuando llegamos al Yunque de Cabiros; además de los anfitriones, Román y Pepe Criado ya nos estaban esperando.
Tras los saludos propios de la ocasión después de un largo período de tiempo sin vernos, guiados por Pilar, conocimos cada una de las amplias y fastuosas estancias, al tiempo que nos asignaba las habitaciones a quienes tuvimos la suerte de poder albergarnos allí.
A la mañana siguiente, no demasiado temprano y después de dar buena cuenta del desayuno, llegó el momento de recorrer las inmediaciones de la casa, ya que no pudimos ver más que el entorno más cercano cuando llegamos; no obstante, fue un pequeño paseo, pues estaba previsto en el programa que nos habían preparado que íbamos a dedicar la tarde por completo a ver toda la finca y sus instalaciones.
Las estancias del emperador, enfermo de gota, se situaron junto al coro de la iglesia; la finalidad de esta ubicación fue que no necesitara desplazarse para asistir a los oficios religiosos, teniendo en cuenta la gravedad de sus dolencias, que le obligaban a estar casi permanentemente postrado en una silla especialmente construida para él y conservada en la actualidad en las dependencias visitables.
El Monasterio y la Casa-Palacio fueron pasto de las llamas durante la guerra de la Independencia y los monjes jerónimos expulsados; tras las desamortizaciones de Mendizábal entró en una fase de abandono y deterioro hasta 1949, en que la Dirección General de Bellas Artes inició su restauración respetando los proyectos originales.
Empapados no sólo por la lluvia que nos acompañó durante la mañana, sino también en lo concerniente a historia y arte del Monasterio por el buen hacer de la guía que nos ilustró durante la visita, emprendimos camino hacia Madrigal de la Vera.
En el extremo noreste de la comunidad extremeña, no lejos de la abulense Candeleda, la situación de Madrigal permite disfrutar de las cumbres nevadas del Almanzor, el pico más alto de la Sierra de Gredos y de todo el Sistema Central.
Allí dimos buena cuenta de la comida, reponiendo fuerzas con vistas al recorrido vespertino previsto.
Hacia media tarde ya estábamos dispuestos para salir y recibir las explicaciones pertinentes. Provistos de paraguas y chubasqueros, que por suerte sólo hicieron falta en momentos muy puntuales, y con calzado adecuado para la ocasión, iniciamos la marcha.
La lluvia nos dio una tregua para poder saborear mejor la información que se nos ofrecía sobre la flora y la fauna autóctonas, así como para hacer un poco de ejercicio físico mientras recorríamos los diferentes rincones de la finca, acompañados en muchos tramos por los burros, la potranca y en todo momento por los perros.
Después de la magnífica cena, regada con un vino excelente, el salón fue nuestro nuevo punto de destino; allí, con el paso de las horas y el trasiego de más de una copa, la animación fue subiendo paulatinamente de tono y cada cual puso de manifiesto sus dotes en el canto y la danza, los más con notable éxito y los menos, entre los que me encuentro, demostrando que cuando Dios repartió estas habilidades no estábamos en el sitio adecuado.
Sin madrugar lo más mínimo, a pesar del canto de los gallos que invitaban a dejar la cama desde primera hora de la mañana, nos fuimos acercando a la cocina-comedor para dar buena cuenta del desayuno.
No faltó tampoco tiempo para revisar los móviles, así como para enviar y recibir las fotografías que habíamos hecho hasta ese momento a lo largo de los dos días que llevábamos de estancia en casa de Pilar y Ventura.
La lluvia no impidió un nuevo paseo por la finca para acabar de conocer cada uno de sus rincones y disfrutar, sobre todo, con la enorme variedad de árboles frutales y ornamentales que adornan, principalmente, la zona más cercana a la vivienda.
Como ya nos encontrábamos a finales de marzo, recién estrenada la primavera, no eran pocos los ejemplares que ya estaban comenzando a florecer, proporcionando una sinfonía de colores al entorno que alegraban la vista de manera espectacular.
En dirección Plasencia se encuentra la población de Villanueva de la Vera, declarada Conjunto Histórico Artístico en 1982 y a cuyo término municipal pertenece la finca, que tan solo conocimos de paso el día anterior cuando fuimos al Monasterio de Yuste.
Encontramos la iglesia cerrada y no pudimos acceder al interior, pero sí callejear para conocer las construcciones típicas de la zona, cuya tipología responde a la llamada arquitectura de entramado de madera, muy parecidas a las de la sierra salmantina, y llegar hasta la plaza donde se ubica la Casa Consistorial, adosada a una esbelta torre culminada por espadaña que alberga una campana y en la que destaca igualmente el reloj que, con toda seguridad, rige el devenir de la rutina diaria de lugareños y visitantes.
A lo largo del domingo fuimos abandonando, en función de la lejanía del destino o de los compromisos adquiridos de antemano, el hogar de Pilar y Ventura, el Yunque de Cabiros, pero todos y cada uno de los asistentes a esta primera reunión en Extremadura nos marchamos no sólo muy agradecidos por la fantástica acogida y el trato exquisito y fraternal recibido de los anfitriones durante toda nuestra estancia en su casa, sino también con la sensación de haber disfrutado de unos días en contacto con la naturaleza en compañía de personas que conocimos hace ya muchos años, allá en nuestra ya lejana juventud, que primero simplemente fueron compañeros y paulatinamente se convirtieron en verdaderos amigos; la vida nos llevó luego por caminos y lugares diferentes, conocimos respectivamente a las personas con quienes compartir nuestras vidas, mujeres que, con el paso del tiempo y gracias a los distintos encuentros y reuniones, hoy forman también por derecho propio en las filas de los veteranos MAUX de la promoción 1968-69.
Nada mejor para terminar esta primera parte de nuestra aventura en La Vera que las palabras que escribió Ventura por entonces:
Los días del Yunque parecían traernos el tiempo de ayer que obraba en odres ya maduros.
Cuando el tiempo caprichoso deforme y agrande estas vivencias, estoy seguro habrá algún recodo cerebral capaz de darle justo y quijotesco desvarío .....
Una serie de circunstancias adversas e inconvenientes habían impedido una mayor asistencia en 2017, dificultades de todo tipo que se repetían en 2018, hasta el punto de que sólo Luci y Juan Prado, Mariví y yo, además por supuesto de Pilar y Ventura, repetíamos viaje a la comarca de La Vera.
En esta ocasión también pudieron acudir Pilar y Martín desde Zamora, así como Adrián y Paco Marcos.
Como demuestran las fotografías, hubo quien emprendió viaje a media mañana para aprovechar el día, poder visitar distintos monumentos de Plasencia, degustar caldos y tapas de la zona antes de sentarse ante una buena mesa en un restaurante acogedor y bien servido, tal como nos informaban puntualmente a los que tuvimos que demorar la salida hasta primera hora de la tarde.
Con un cielo totalmente despejado y a la vista de la impresionante cara sur de la Sierra de Gredos llegamos a nuestro destino. Como un año antes, Pilar nos fue asignando las habitaciones que respectivamente íbamos a ocupar durante el fin de semana; en esta ocasión todos tuvimos oportunidad de alojarnos en la casa.
Una vez que terminamos de acomodarnos en los respectivos dormitorios, como aperitivo de la cena, un plato de jamón admirablemente cortado ante espectadores alborozados, hornazo salmantino y quesos de distintas variedades, todo regado con excelentes vinos de Rioja y Ribera del Duero.
Como si la reunión fuera de chavales en edad crecedera, añadimos a todo lo dicho un excelente marmitaco de atún y unos no menos apetitosos huevos duros en salsa de tomate con un punto de picante, además del postre, de los que Paco Marcos dejó constancia para la posteridad.
Puesto que no pensábamos retirarnos a descansar en varias horas y no faltaban profesionales de la sanidad para atender posibles emergencias, ninguno pusimos demasiados reparos para dar buena cuenta de todo lo señalado y alguna otra cosa que pueda haber olvidado.
La velada se inició en torno a la chimenea y algunos protegiéndose con mantas, pero paulatinamente la guitarra de Martín fue haciendo entrar en ambiente a todo el grupo; él domina tanto el repertorio popular y folclórico como el más específico de los grupos y solistas de los años 60 y 70 del siglo pasado, mientras el resto nos apoyamos en las letras que íbamos leyendo de los cancioneros que a tal efecto aparecieron por allí.
Más tarde se sirvieron las copas, se dejaron las mantas a un lado y comenzó el verdadero espectáculo musical, pero esa es otra historia que quedó en la memoria de todos los presentes y en algún reportaje en vídeo que da fe de lo acontecido.
El sábado amaneció luminoso, con un sol espléndido que invitaba al paseo por el entorno de la casa; no demasiado temprano, después de desayunar, hicimos un breve recorrido por los alrededores: el taller de herramientas y otro habitáculo (¡qué bonita palabra, Paco!) donde se incuban artificialmente los huevos fueron algunos de los lugares que más llamaron nuestra atención.
No nos podíamos entretener demasiado porque en el programa previsto figuraba la visita a Candeleda y, posteriormente, al museo de la abeja.
También hubo de ser rápido nuestro recorrido por el pueblo abulense de Candeleda, cuya población está en torno a los 5.000 habitantes, pero en la visita no podía faltar la Plaza Mayor (donde destaca el edificio del Ayuntamiento y otros muy bien adornados exteriormente) así como otras plazas y rincones de la localidad.
Parece que las abejas llegaron a Candeleda con sus pobladores medievales, constituyéndose en un centro importante de producción de miel al sur de Gredos; en el siglo XVIII aún contaba con más de dos mil colmenas en los montes de la localidad.
En la actualidad, el Aula-Museo Abejas del Valle, enclavado en Poyales del Hoyo, permite observar el modo de actuar de estos insectos en su medio natural, al tiempo que, por medio de distinto material didáctico audiovisual, utensilios propios de la apicultura y las explicaciones de los gestores, los visitantes alcanzamos a conocer mejor el apasionante y desconocido, al menos para mi, mundo de las abejas.
Una vez abandonamos el Museo, tras tomar el aperitivo en una terraza de Candeleda, nos dirigimos al Santuario de la Virgen de Chilla. En él se venera a la patrona de la localidad que, según la tradición popular, se apareció a un pastor mientras cuidaba de su ganado.
Rodeada por un robledal y abundante vegetación, la iglesia, de finales del siglo XVIII, se encontraba cerrada cuando llegamos, por lo que no pudimos acceder al interior, aunque sí disfrutar de la belleza del entorno y las maravillosas vistas del Valle del Tiétar.
Por una carretera estrecha, que en cada curva nos ofrecía paisajes maravillosos, fuimos descendiendo hacia Madrigal de la Vera.
En el restaurante Majavenera de esta localidad, en un comedor muy confortable, excelentemente acondicionado con unas cristaleras para disfrutar de las imponentes vistas de la cara sur de la Sierra de Gredos, dimos buena cuenta de distintos platos típicos de la zona y otros más tradicionales, todos regados con un excelente vino elegido por Ventura para la ocasión.
También hubo tiempo para acercarnos hasta las jaulas de los conejos, recoger los huevos de los correspondientes ponederos, que Paco se encargaba de transportar y mostrar a la cámara, y recibir las explicaciones pertinentes sobre algunas especies menos conocidas, que Luci, entre otros, tuvo oportunidad de conocer más de cerca.
No lejos de los gallineros se encuentra el establo donde ovejas y cabras tienen sus comederos y lugar de cobijo, con espacios perfectamente diferenciados como se puede apreciar en las fotografías.
En otro apartado, los magníficos machos de ambas especies desafiaban con la mirada a los visitantes que osaban poner en riesgo su tranquilidad y sosiego vespertino.
Para finalizar el paseo nada mejor que hacer un alto junto a las colmenas que se asientan en una parte de la finca; por las informaciones que nos habían dado en el Aula-Museo así como por los comentarios del propio Ventura al respecto, parece bastante evidente que son elemento esencial en cualquier espacio rural donde se pretendan mantener y conservar multitud de especies de árboles y otras plantas, como es el caso.
No podía faltar tampoco el saludo y la caricia al burro zamorano.
Aunque pueda parecer mentira, es notorio que el recorrido vespertino había abierto otra vez el apetito, como muestran bien a las claras las imágenes anteriores con la mesa preparada y las conversaciones previas a dar buena cuenta de cada uno de los platos que con tanto cariño y buen arte culinario nos estaban preparando.
Tras la sobremesa, en lugar de cantos y bailes como la noche anterior llegó el turno de las cartas, haciendo tiempo para realizar la digestión antes de acostarnos; la pocha y el mus fueron los juegos elegidos.
Aprovechando la espléndida mañana de sol que nos brindaba el domingo, después de un no menos espléndido desayuno, con churros incluidos por gentileza de Pilar que no tuvo reparo en acercarse hasta el pueblo, asistimos a las labores agropecuarias necesarias para el mantenimiento adecuado de los animales, en este caso de ovejas y cabras que se desplazaban desde el cobertizo donde pasaron la noche hasta los comederos donde compartíeron el forraje.
La gran balsa de agua, otra pequeña piscina con peces de colores y ranas, los naranjos, ... en fin, un paseo por la naturaleza del entorno tan esmeradamente cuidado que levanta el ánimo de cuantos hemos tenido la oportunidad, en algún caso doble, de disfrutarlo.
Apurando ya las últimas horas, todavía restaba tiempo suficiente para el aperitivo al aire libre a base de jamón y variedades distintas de queso, entre otras delicatessen, todo regado con vino y cerveza.
Si algún posible lector ha tenido la paciencia de llegar hasta aquí se puede imaginar claramente que no sólo hubo el aperitivo ya mencionado, pero me parecía excesivo mostrar también la comida que remataba prácticamente nuestra estancia en casa de Pilar y Ventura en los finales de febrero de este año del Señor de 2018.
Después de la sobremesa hubo una nueva partida de mus y, paulatinamente, los compañeros que aún permanecíamos en La Vera fuimos abandonando por esta vez el valle en dirección a Zamora y Salamanca, mientras los anfitriones lo harían posteriormente hacia Madrid.
Creo que ninguno de los asistentes a estos encuentros se molestará conmigo si, en nombre de todos, incluso de los que no pudieron asistir por diferentes motivos, AGRADEZCO de corazón la enorme amabilidad y constantes muestras de amistad y cariño que PILAR y VENTURA nos mostraron en ambas ocasiones a los veteranos alumnos del Curso Preuniversitario en el Colegio María Auxiliadora de Salamanca durante el curso 1968-69.
UN FUERTE ABRAZO PARA AMBOS.