Alba de Tormes

Alba de Tormes
Vista de Alba de Tormes. Anton van den Wyngaerde, 1570.

sábado, 17 de enero de 2015

MUSEO ARQUEOLÓGICO NACIONAL. Prehistoria y Protohistoria.

A mediados del pasado mes de diciembre aproveché que tenía una comida de Navidad en Madrid con un numeroso grupo de compañeros para acudir el Museo Arqueológico Nacional y realizar una visita pendiente desde hacía ya demasiado tiempo. No pude dedicar todas las horas que hubiese querido y que se necesitan para disfrutar de cada una de sus salas de exposición, pero a pesar de todo conseguí un buen número de fotografías que, en diferentes entradas, trataré de ordenar y comentar. No obstante, la satisfacción que me produjo esta primera aproximación me obligará a volver en más de una ocasión, aunque ya con los objetivos bien definidos y sin estar pendiente de la hora, y poder atender así debidamente a los paneles informativos y a las diferentes explicaciones con medios audiovisuales que ofrece cada una de las salas.
Según los expertos, el proceso de población del continente europeo comenzó hace un millón de años o tal vez algo más; a mediados del primer milenio antes de Cristo termina la Edad del Bronce y comienza la Edad del Hierro en la Península Ibérica, es decir, la Protohistoria peninsular, la última fase de la Prehistoria.
 Como no es posible atender a todos y cada uno de los periodos en que se divide la Prehistoria, voy a dejar simplemente constancia fotográfica de aquellos aspectos que más llamaron mi atención, aunque estas salas fueron recorridas de forma demasiado precipitada y prestando el mínimo de la atención que requerían.


El trabajo de la tierra y la domesticación de animales, así como el pulimento de la piedra, corresponden ya al periodo denominado Neolítico, que en Oriente medio comienza a partir del décimo milenio a. C.; los grupos humanos que vivieron ajenos a estas actividades durante la mayor parte del tiempo que el hombre lleva sobre la Tierra formaron las sociedades cazadoras y recolectoras, muy adaptadas a las condiciones ambientales y al tipo de economía que desarrollaron. En la Península Ibérica, los testimonios más antiguos relacionados con el modo de vida neolítico se remontan a los primeros siglos del sexto milenio a. C. en la zona mediterránea. En la imagen, puntas de flecha y hachas pulidas; el pulimento representa un paso adelante en el trabajo de la piedra y permite ampliar el repertorio de rocas utilizadas hasta entonces. 



En el cuadrante suroeste peninsular, es decir, el Alentejo portugués, Extremadura y las provincias de Sevilla y Huelva, aparecen estos denominados "ídolos placa"; están grabados en rocas blandas, pizarra o esquisto, al menos en una de sus caras y asociados a contextos funerarios de carácter megalítico. Los de ambas fotografías superiores pertenecen al dolmen de Granja de Céspedes, en Badajoz.
La decoración, a base de motivos geométricos consistentes en triángulos rellenos, líneas en zig-zag o bandas horizontales, siempre es diferente. Cronológicamente se sitúan entre mediados del IV y III milenios a. C. Además de la interpretación de carácter religioso caben otras, tales como su identificación con elementos simbólicos que servirían para identificar a un individuo o a un grupo. 


Relacionada con la difusión de la metalurgia del cobre por el occidente de Europa aparece la cultura del vaso campaniforme, denominada así por las vasijas con forma de campana invertida que se convirtieron en fósil director de esta época, que abarca desde el 2900 a. C. hasta el 1800 a. C., aproximadamente.
En la imagen, recreación de un enterramiento localizado en Fuente Olmedo (Valladolid); en la fosa, recubierta con un túmulo de piedras, se ha encontrado un ajuar de cerámica y armamento del difunto, tocado con una diadema que, posiblemente, sea emblema de su rango.


En el último cuarto del III milenio a. C. se sitúa el paso progresivo del Calcolítico a la Edad del Bronce en el cuadrante sureste de la Península Ibérica; el vaso campaniforme sigue siendo utilizado como objeto de lujo y ligado al mundo funerario.
No obstante, las representaciones esquemáticas de figuras humanas dominan el arte figurativo de la Edad del Bronce. El arte sobre roca se separa de las paredes de los abrigos y cuevas, surgiendo entonces las estelas, asociadas a contextos funerarios o como elemento de referencia en el territorio. Apenas se destacan en ellas los rasgos principales para poder interpretar la imagen.
En la década de los 60 del pasado siglo XX fueron encontrados en Hernán Pérez, un municipio extremeño de la Sierra de Gata, distintos ídolos antropomorfos realizados en granito y una estela decorada pertenecientes al Bronce Antiguo-Medio.


Es a partir del año 600 a. C. cuando se configura la denominada cultura ibérica. La Edad del Hierro representa una etapa histórica de gran interés que, aproximadamente, se corresponde con la segunda mitad del I milenio a. C.; han finalizado los tiempos prehistóricos en que los acontecimientos deben deducirse exclusivamente de los hallazgos arqueológicos y comienzan las primeras noticias de historiadores y geógrafos. Antes de la llegada de Roma dichas noticias serán imprecisas e insuficientes, por lo que habrá que seguir atendiendo a los datos arqueológicos.
En las regiones costeras, en contacto con los pueblos coloniales, las referencias son más abundantes; es por eso que existe una gradación de los conocimientos sobre los pueblos prerromanos de este a oeste y, sobre todo, de sur a norte.



La cultura tartésica actuó como intermediaria y difusora de los elementos asimilados del mundo colonial hacia las poblaciones indígenas periféricas, fundamentalmente siguiendo las grandes vías. Estos contactos suponen una profunda evolución cultural hacia las formas protourbanas tartésicas.
Aparecen elementos nuevos previamente desconocidos como son el hierro y el torno de alfarero, que tendrán mucha transcendencia por su repercusión en otras actividades económicas; también se introducen nuevos ritos y creencias en el campo religioso.
No obstante, todas estas innovaciones aparecerán sólo en los ambientes de las élites que controlaban la sociedad, que son en definitiva los beneficiarios del comercio establecido entre las diversas poblaciones. Como los contactos no fueron homogéneos, las variaciones internas en la cultura ibérica que empieza a conformarse serán evidentes.


Entre las esculturas ibéricas que se pueden contemplar en el MAN se encuentra ésta, la Bicha de Bazalote, de finales del siglo VI o principios del V a. C., realizada en piedra caliza, que representa un toro androcéfalo de influencia griega.
Se encontró en el término municipal de Bazalote, provincia de Albacete; tiene poco más de 90 cm de longitud y 70 de altura máxima, con la parte posterior sin labrar, probablemente para adosarla a un monumento funerario, con función protectora del mismo.



Otra de las imágenes emblemáticas de esta cultura ibérica es, sin duda, la Dama de Baza. Se ha interpretado como la representación de una mujer de la aristocracia de Basti, la actual Baza en la provincia de Granada, heroizada mediante un destacado ritual funerario.
Como oportunamente se informa en el propio Museo, "su singularidad radica en su función como urna cineraria y en los elementos de carácter simbólico que la acompañan: el sillón alado, símbolo de la divinidad, y el pichón que lleva en la mano, interpretado como nexo entre la mujer mortal y la diosa que actúa de protectora tanto del ave como de los huesos de la difunta".
El ajuar metálico que la acompaña, depositado a sus pies a modo de ofrenda, está compuesto por cuatro panoplias de guerrero; se ha interpretado como "reflejo de las honras fúnebres celebradas con luchas de guerreros".


Posiblemente la más conocida a nivel popular es la Dama de Elche; escultura de bulto redondo, representa a una dama de rostro idealizado, ricamente vestida y enjoyada, que originariamente estuvo policromada y con los ojos rellenos de pasta vítrea.
Hallada casualmente en Alcudia de Elche a finales del siglo XIX, fue vendida al Museo del Louvre, donde permaneció hasta 1941; de regreso en España, estuvo expuesta en el Museo del Prado hasta su traslado e instalación definitiva en el Museo Arqueológico Nacional el año 1971.
Realizada en piedra caliza, mide unos 56 cm de altura; como otras figuras ibéricas de carácter religioso tiene una cavidad en su parte posterior, se cree que para contener objetos sagrados, ofrendas o como urna cineraria. 



Los vetones vivían a caballo del sistema Central, desde el Duero por el norte hasta las sierras de Guadalupe por el sur; los límites de su territorio no están muy definidos en los autores clásicos, seguramente debido a frecuentes variaciones temporales. Así, por el nordeste ocupaban la actual provincia de Salamanca y la sierra de Ávila, llegando incluso hasta el Duero por Zamora, limitando con los vacceos; por el sur llegarían hasta el Guadiana, ocupando las tierras occidentales de la actual provincia de Toledo; por occidente limitarían con los lusitanos, a los que parece que unían fuertes lazos de afinidad.
En definitiva, serán las esculturas zoomorfas conocidas como "verracos", propias y características de la cultura vetona, las que van a ayudar a paliar esa imprecisión territorial. Su religión aparece fuertemente celtizada; las divinidades resultan poco antropomorfizadas, correspondiendo la mayoría a elementos naturales.
En las fotografías, un cerdo y un toro, ambos en granito, pertenecientes a esta cultura, de los siglos III al I a. C.; aquél fue descubierto en la provincia de Ávila y éste en la de Segovia.


De finales del siglo V a. C. es este toro en piedra caliza encontrado en Osuna, provincia de Sevilla, también perteneciente a la cultura ibérica.
Los toros tenían la función de proteger la tumba y se vinculaban también con el sacrificio; esta escultura, en concreto, corresponde a un sillar de esquina adosado a un monumento funerario.



Dos nuevas esculturas ibéricas para finalizar este escueto recorrido por la Prehistoria y Protohistoria peninsular.
La primera corresponde a la denominada Osa de Porcuna, encontrada en esta localidad jienense y realizada en piedra caliza entre el siglo I a. C. y el I d. C., es decir, perteneciente a la cultura ibérica tardía. Une un elemento constructivo clásico de origen itálico, la herma (pilar con una cabeza retrato), con iconografía ibérica, el animal de carácter funerario.
La otra representa un prótomo de carnero, realizado en los siglos II-I a. C., también en piedra caliza y proveniente de Osuna (Sevilla). Se le atribuye "función arquitectónica como ménsula para sujetar un arquitrabe o decorar la jamba de una puerta".




FUENTES.-
- Museo Arqueológico Nacional. Paneles y carteles identificativos e informativos de las obras expuestas.
- Prehistoria de la Península Ibérica. BARANDIARÁN, I., MARTÍ, B., DEL RINCÓN, Mª Á., MAYA, J.L. Ariel Prehistoria. 5ª edición. 2006
- Protohistoria de la Península Ibérica. ALMAGRO, M., ARTEAGA, O., BLECH, M., RUIZ MATA, D., SCHUBART, H. Ariel Pprehistoria. 2ª edición. 2006
- http://es.wikipedia.org/wiki/Bicha_de_Balazote
- http://es.wikipedia.org/wiki/Dama_de_Baza
- http://es.wikipedia.org/wiki/Dama_de_Elche

No hay comentarios:

Publicar un comentario