Como cada año desde hace más de 35, el día de Nochebuena nos desplazamos a Salamanca para celebrar allí la Navidad. Llevábamos muchas jornadas de niebla continuada en Zamora, peronel día 25 amaneció completamente despejado en la capital charra, por lo que me decidí, cuando ya había oscurecido, a recorrer una vez más las calles de mi ciudad natal, disfrutando de alguno de sus rincones más emblemáticos. No hacía demasiado frío y, con la cámara fotográfica por compañera, inicié mi recorrido nostálgico desde la Plaza del Concilio de Trento; aunque pensábamos regresar esa misma noche a Zamora, era buena ocasión, de una parte, para rebajar un poco los conocidos excesos en la mesa propios de estas fechas y, de otra, para dejar constancia impresa de algunos de los lugares que nunca he olvidado, pero de los que sí he estado alejado mucho tiempo.
Ante mi se levantaba imponente uno de los focos intelectuales más relevantes de finales del siglo XV y todo el siglo XVI, el convento dominico de San Esteban, que acogió entre sus muros a personajes tan ilustres como Domingo de Soto, Melchor Cano, Pedro de Sotomayor o Francisco de Vitoria.
Los planos de la iglesia conventual se deben al arquitecto Juan de Álava; iniciada el día de San Pedro de 1524, su fábrica se prolongó en el tiempo, ya que no se concluyó hasta 1610. La fachada, del citado Juan de Álava, es una muestra impresionante del Plateresco; por mencionar algún detalle concreto, conviene fijarse en el arco de triunfo que la cobija, en los medallones labrados majestuosamente o en las estatuas de Apóstoles y santos pertenecientes a la propia orden dominicana, éstas añadidas ya en el siglo XVII, cuando se finalizaron las obras.
Volviendo la vista hacia el oeste emergen sobre los edificios de la calle San Pablo las esbeltas torres de la Clerecía y su imponente cúpula. Un poco más hacia el sur, la cabecera y cúpula de la Catedral Nueva. Para completar esta panorámica de ensueño desde el puentecillo sobre el arroyo de Santo Domingo, el convento de las Dueñas y la estatua de Francisco de Vitoria obra del escultor Francisco de Toledo.
Subiendo en dirección este por la calle Rosario hacia el Paseo Canalejas, una vez dejamos atrás el convento de San Esteban, encontramos sin solución de continuidad el Colegio de Calatrava, diseñado por Joaquín de Churriguera en 1717.
Sobre la puerta, un gran escudo de la Orden Militar de Calatrava; en la hornacina, una imagen de San Raimundo de Fitero, fundador de la misma y abad del monasterio cisterciense de Fitero, que recibió del rey castellano Sancho III la donación de dicha plaza fuerte para su defensa en 1158.
Unos metros más allá la iglesia románica de Santo Tomás Cantuariense. Fue fundada en 1175 y dedicada al arzobispo de Canterbury solamente cinco años después de su muerte en este barrio de repobladores portugaleses.
En su entorno, el Corralillo de Santo Tomás. En el mosaico fotográfico, vista de la fachada norte del templo con la torre a sus pies, que le sirve también de entrada como ocurre en otras iglesias románicas salmantinas, y marca de cantero junto al azulejo nominativo del lugar.
Aunque tiene una sola nave, sus tres ábsides y el amplio transepto parecen indicar que en un principio se pensó fabricarla de tres naves; aquéllos toman como modelo los ábsides de la Catedral Vieja, presentando ventanas abocinadas con arcos de medio punto soportados por columnas con capiteles vegetales.
Los canecillos que soportan el tejaroz son en su mayoría de nacela y bocel, pero algunos en la fachada septentrional representan rostros humanos y, sobre la portada de este lado, rollos y toneles. En dos ventanas ciegas figuran sendos discos radiales.
En las fotografías, restos de la portada occidental en Paseo Canalejas y la fachada meridional, donde destaca su excelente portada, muy similar a otras existentes en la ciudad y ejecutadas por Rodrigo Gil de Hontañón.
Antes de alcanzar la ya varias veces mencionada Puerta de San Pablo se encuentra la Capilla de la Orden Tercera del Carmen en el solar donde se levantaba el Convento de San Andrés de Carmelitas Descalzos, completamente destruido por la riada de San Policarpo de 1626. Según informa una leyenda junto a la fachada de la iglesia que hoy se conoce como El Carmen de Abajo, en dicho convento vivió y estudió durante varios años San Juan de la Cruz, a quien la ciudad elevó y dedicó una estatua no lejos de allí, en la calle Arroyo de Santo Domingo.
Dejo la calle Rosario por lo que fue la Puerta de Santo Tomás de la Cerca Nueva y me incorporo al Paseo Canalejas tomando dirección sur, hacia el Tormes; antes de llegar a Rector Esperabé destaca en la acera contraria el Colegio de Huérfanos, que durante mucho tiempo fue manicomio y hoy es sede de la Facultad de Ciencias de la Educación. Fue fundado a mediados del siglo XVI para acoger y dar educación a niños huérfanos bajo la advocación de la Inmaculada Concepción.En las fotografías, restos de la portada occidental en Paseo Canalejas y la fachada meridional, donde destaca su excelente portada, muy similar a otras existentes en la ciudad y ejecutadas por Rodrigo Gil de Hontañón.
Nada más girar para bajar por Rector Esperabé hacia la Puerta de San Pablo o San Polo se puede contemplar un lienzo de mampostería en su mayor parte, aunque también con sillares perfectamente trabajados, que o bien formaba parte de la antes citada Cerca Nueva o bien ha sustituido a aquélla en su mismo emplazamiento. Parece que la denominada Puerta Nueva, entre las de San Pablo y Santo Tomás, se situaría no lejos de aquí, cuando la muralla gira hacia el norte.
En el barrio que ocuparon los Portugaleses se fundó hacia 1112 la parroquia de San Polo; sólo se conservan unos restos de la iglesia románica mudéjar construida en ladrillo, hoy formando parte de un complejo hostelero. En la parte de poniente que da a la calle de San Pablo se puede también ver parte de la fachada en piedra que se añadió en las primeras décadas del siglo XVI.
Tan solo es necesario cruzar la calle para disfrutar de uno de los rincones más encantadores de la ciudad, singularmente de noche; ante nuestra vista, la majestuosa Cerca Vieja y uno de sus cubos defensivos perfectamente iluminados en un entorno primorosamente ajardinado en el que destacan dos viejos olivos; y sobre la muralla, la cúpula y la torre de campanas de la Catedral Nueva. A la izquierda de un espectador situado junto a la antigua iglesia de San Polo, la confluencia con la citada Cerca Vieja de la Nueva, que a finales del siglo XII va a acoger el ensanche de la ciudad originado por el asentamiento de las nuevas naciones repobladoras.
Continuando el paseo en dirección al Puente Romano, después de admirar la espectacular vista de la antigua muralla ahora libre de edificaciones adosadas a ella, se alcanza la espléndida fachada de la Casa Lis, también felizmente recuperada hace ya varios años. La escalinata de doble rampa da acceso a la galería de dos pisos fabricada en hierro forjado y cubierta de vidrieras; una excelente iluminación permite el disfrute de lo que fue villa urbana y que hoy alberga el Museo de Arte Modernista y Decó de la ciudad.
Al otro lado de la calle, ya en pleno arrabal, la iglesia de Santiago; fundada en el siglo XII, según señala el Fuero de Salamanca era parroquia de mozárabes. Tuvo gran importancia en la ciudad, pero la restauración que se ha efectuado hace no muchos años la ha dejado irreconocible, ya que no se ha respetado su planimetría original. La fábrica era románico mudéjar, en la que destacaban sus tres ábsides de albañilería y ladrillo.
Más adelante, el conocido "Toro de la Puente" donde el ciego propinó tremendo coscorrón a Lázaro según narra la obra anónima del siglo XVI, precursora de la novela picaresca, "La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades"; ambos están representados en la escultura de bronce, obra de Agustín Casillas, erigida en su entorno para disfrute y recordatorio de quienes pasean por esta zona extramuros de la ciudad.
Antes de subir por la calle Tentenecio hacia las catedrales es visita obligada el majestuoso Puente Romano; tan sólo los arcos más cercanos a la ciudad, en sillería de granito almohadillado y soportados por pilares con tajamares en el sentido de la corriente, son obra debida a Trajano de finales del siglo I de nuestra era, mientras que los otros, los de más al sur, son de mediados del siglo XVI. Sobre la Vía de la Plata, que unía las ciudades de Emerita Augusta y Asturica Augusta, daba acceso a la ciudad desde el sur.
Todas las puertas que se abrían tanto en la Cerca Vieja como en la Nueva han desaparecido; la de más al sur era la Puerta del Río, llamada también de Aníbal en recuerdo del asedio a la ciudad por el caudillo cartaginés en el 220 antes de Cristo. Ante sus restos, un impresionante crucero gótico contempla la entrada y salida de la ciudad por la calle Tentenecio, testimonio del milagro que en el siglo XV el patrono San Juan de Sahagún realizó deteniendo a un toro suelto que estaba causando estragos en la zona.
Subiendo hacia las catedrales, a medio camino se abre a la derecha la calle Gibraltar que lleva al Patio Chico; enseguida, el Archivo de la Guerra Civil en lo que fue el Colegio de San Ambrosio, fundado por el Cabildo catedralicio para albergar a los niños expósitos. Reedificado a principios del siglo XVIII por Joaquín de Churriguera, en su fachada, adornada con motivos barrocos, destaca la hornacina con una imagen de San José sosteniendo al Niño Jesús en sus brazos.
Al fondo, la torre de campanas de la Catedral Nueva, y en primer término la denominada "torre mocha" y la portada sur de la Catedral Vieja; a la derecha, la pared oeste del claustro.
Ya en la plaza Juan XXIII, una de las vistas más espectaculares y conocidas de las catedrales: la Torre del Gallo y la cúpula de la Catedral Nueva. Aquélla, el cimborrio románico del crucero de la Catedral Vieja, más esbelto que su modelo, el de la catedral de Zamora, gracias al doble cuerpo de ventanas y a la forma piramidal de su remate. La cúpula es obra de Juan de Sagarvinaga en 1763; el terremoto de Lisboa de 1755 había dañado considerablemente el cimborrio que Joaquín de Churriguera había levantado en las primeras décadas de ese siglo XVIII , remedo del de la catedral de Burgos, por lo que fue preciso acometer su reforma.
Por la calle Tavira, antes de su prolongación en la calle La Latina, se alcanza perpendicularmente la calle Libreros. Girando a la izquierda para tomar por ella otra vez dirección sur hacia la calle Veracruz encontramos el Colegio de Santa María de los Ángeles, uno de los más de veinte Colegios Menores que hubo dependientes de la Universidad, hoy transformado en Biblioteca.
Encima de un balcón que se abre sobre la puerta adovelada sobresale una hornacina, enmarcada por un alfiz, que contiene una imagen de la Virgen con el Niño; al igual que las estatuas de San Pedro y San Pablo a sus costados, es obra del siglo XVI.
Unos metros más hacia el sur, la iglesia de San Millán, una de las románicas erigidas en el barrio que ocuparon los Serranos en la repoblación del siglo XII. Ya en el siglo XVI, tras severos cambios en su fábrica, se transformó en capilla del Colegio de San Millán, que se fusionó a su vez con el de Santa María de los Ángeles en las últimas décadas del siglo XVIII.
Tan sólo se puede apreciar su pasado románico en los ábsides al final de la calle Libreros; en la portada barroca, una hornacina con la imagen del santo titular.
Hoy alberga el centro de interpretación Monumenta Salmanticae de la Fundación del Patrimonio Histórico.
Siguiendo en dirección oeste hacia lo que hace unos años eran las Pistas de Atletismo Universitarias se llega hasta una arcada que perteneció en su día a la ermita de San Gregorio; el Paseo del Rector Esperabé cambia su denominación a partir del Puente Romano y hasta la Vaguada de la Palma, pasando a ser de San Gregorio; allí hubo viviendas de curtidores y pescadores, así como una ermita dedicada a San Gregorio Ostiense, muy visitada para solicitar buenas cosechas y pescas. Parece que era obra de finales del siglo X y que sobrevivió a los destrozos de la Guerra de la Independencia, ya que en las primeras décadas del pasado siglo XX era utilizada como almacén, hasta su desaparición a mediados de dicho siglo para construir el paseo.
Junto a la arcada se conserva un documento epigráfico en el que se señala que había que rezar cinco padrenuestros y cinco avemarías todos los viernes de Cuaresma para limpiar las almas impías.
Muy cerca, antes de llegar a la calle Serranos, la Plaza de Fray Luis de León, con el Colegio Mayor del mismo nombre y el de San Bartolomé al otro lado; también el Museo de Salamanca o Provincial de Bellas Artes, en la casa-palacio de los Álvarez Abarca o Doctores de la Reina, ya que sus titulares fueron médicos de los Reyes Católicos y de su hija, la reina Juana la Loca.
Es obra de finales del siglo XV; las dos ventanas del centro de la fachada están flanqueadas por pináculos góticos y rematadas por adornos suntuosos del flamígero; una moldura sobre ambas acoge el escudo de los Reyes Católicos. La puerta está descentrada, como era costumbre en aquella época, con escudos encuadrados por un alfiz. El torreón parece que fue desmochado de los pináculos y crestería que lo adornaban en el momento de su construcción.
En la confluencia de las calles Serranos y Cervantes se puede contemplar la trasera de los dos largos pabellones, coronados por miradores abiertos, de la Universidad Pontificia. A principios del siglo XVI la reina Margarita de Austria patrocinó la erección del Colegio Real de la Compañía de Jesús en Salamanca; Felipe III no sólo ratificó lo dispuesto por la reina, sino que proporcionó los terrenos necesarios para la construcción, aunque para ello fue necesario que desaparecieran multitud de casas particulares, la ermita de Santa Catalina y la parroquia de San Pelayo.
La obra no se finalizó hasta siglo y medio después, coincidiendo casi con la expulsión de los jesuitas por Carlos III en 1767; el Colegio se repartió entonces entre la Clerecía de San Marcos (iglesia y sacristía), los irlandeses (una de las alas) y el seminario conciliar (ala restante). Hoy día, todo el enorme edificio pertenece a la Universidad Pontificia.
Avanzando por la calle Serranos destaca la vista de la enorme cúpula de piedra y de una de sus esbeltas torres, añadidas a la fachada primitiva del templo por García de Quiñones.
La fachada de la iglesia es espectacular, a pesar de la estrechez de la calle Compañía y la falta de perspectiva consiguiente. Los dos cuerpos de la misma presentan enormes columnas que sustituyeron a las pilastras primitivas; en la hornacina, una estatua de San Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas. Las torres y la espadaña-campanario entre ellas son obra, como ya quedó mencionado, de García de Quiñones; ésta está coronada por una estatua de la Asunción de la Virgen, flanqueada por las efigies de los fundadores.
Enfrente de la Clerecía, otro de los monumentos más emblemáticos de Salamanca: la Casa de las Conchas. Levantada a finales del siglo XV, es considerada como el monumento civil más representativo de la época de los Reyes Católicos; fue la casa-palacio de las familias Maldonado y Pimentel, como queda de manifiesto en el escudo blasonado con flores de lis y flanqueado por leones sobre la puerta, descentrada según costumbre del momento.
Magníficas rejas de hierro forjado cubren los dos balcones de la entreplanta; son de tracería gótica y en ellas también destacan los blasones de ambas casas. Lo que más llama la atención, no obstante, son las más de trescientas conchas que adornan la fachada y el torreón desmochado; símbolo tradicionalmente de Santiago Apóstol, quizás se deban a que don Rodrigo Arias Maldonado era caballero de la Orden Militar de Santiago. Otros expertos señalan que el motivo de su colocación es que las conchas son uno de los componentes heráldicos en el blasón de la casa de Benavente, a la que pertenecía su esposa doña María de Pimentel.
Había pasado el tiempo velozmente y era hora de volver a casa para regresar no demasiado tarde a Zamora; pero antes, quise dejar constancia de otro edificio salmantino muy cercano, en plena Rúa Mayor, no emblemático o monumental, pero con un enorme significado personal: en el último piso de este edificio nació Mariví, que desde hace cuarenta años comparte mi vida. ¡Qué mejor manera de cerrar un recorrido nostálgico por algunos de los rincones más entrañables de mi ciudad!.
Fuentes.-
Guía artística de Salamanca. RODRÍGUEZ G. DE CEBALLOS, A. Ed. Lancia. 2005
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